Hacia fines de 1953, un puntero izquierdo de apenas 17 años disputaba uno de sus primeros partidos en el equipo estelar de Universidad de Chile. El juego era ante Rangers de Talca, y al novel delantero le tocó enfrentarse a un veterano de trayectoria. En efecto, José Campos había jugado en Colo Colo, quemaba sus últimos cartuchos en el profesionalismo y, quizá por eso mismo, no estaba para que un muchachito viniera a mosquearlo hacia el final de su carrera. Cada vez que el puntero azul pasaba cerca, le daba una patada o lo amedrentaba con insultos.
El partido se jugaba en el estadio Santa Laura, y no tuvo que pasar mucho rato para que los espectadores repararan en la particular inquina de Campos contra el novato de la U. “Oye, cabrito, no le aguantís más, pégale un combo”, decían los hinchas, aprovechando la cercanía que hay entre las gradas y el campo de juego en la cancha de Avenida Independencia. Obviamente, nadie esperaba que el debutante reaccionara. Pero en uno de los tantos encontrones el chico no soportó más. De un zurdazo derribó a Campos y no tuvo más remedio que irse a las duchas. Así ingresaba al mundo futbolístico Leonel Guillermo Sánchez Lineros, probablemente el mejor puntero izquierdo que ha tenido el fútbol chileno.
La facilidad con que Sánchez podía recurrir a un puñetazo, algo que hizo en dos o tres ocasiones memorables y que están grabadas en la historia del fútbol nacional, tiene una explicación. Su infancia transcurrió en la esquina de Santa Isabel con Parque Bustamante. Allí estaba ubicado el gimnasio de la Federación de Boxeo de Chile, donde vivían sus padres, que eran los cuidadores del recinto. Alojaban en una pieza y eran los encargados de administrar los eventos deportivos que se realizaban. Así, Leonel creció ligado a este deporte. Y no solo porque hasta allí llegaban a entrenar figuras como Arturo Godoy, sino también porque su propio padre, Juan Guillermo Sánchez, era un destacado púgil amateur que llegó a ser campeón sudamericano de peso gallo y pluma.
Juan Guillermo quería que su hijo fuera un gran boxeador y desde chico lo preparó para eso: “Él entrenaba todos los domingos y siempre me subía al ring y me ponía los guantes. Yo estaba cabro, tenía seis años, y buscaba pegarle un combo, pero él me esquivaba. Me metía la mano sin golpearme, me tocaba la cara no más”, recuerda Leonel. Esa temprana cercanía llevó a que pocos años después se convirtiera en uno de los seconds -ayudantes- de su padre. En el colegio, eso sí, había descubierto que también tenía condiciones para el fútbol. De las pichangas en los recreos pasó rápidamente a vestir una camiseta del Copal FC, el club de su barrio. El proyecto de púgil se daba cuenta que su corazón estaba con la pelota, no con los guantes.
Juan Guillermo notó por dónde iban los gustos de su hijo y no quiso interponerse. Un día le dijo: “Si quieres ser boxeador, no vas a tener problemas porque yo te voy a enseñar. Pero si quieres ser futbolista, vamos a tener que buscar a alguien que te enseñe”. Leonel no dudó. Unos meses después, con doce años, abandonó el colegio para ingresar a las series menores de Universidad de Chile. Comenzaba así una larga carrera que lo llevaría a jugar en todas las divisiones de la U, hasta alcanzar el primer equipo.
Era un periodo especial para los azules. La directiva de entonces, encabezada por el doctor Víctor Sierra, había tomado la decisión de invertir fuertemente en los cadetes. Según creían, era la mejor forma de armar un plantel competitivo. La idea era preparar a un grupo importante de jugadores que fuesen quemando etapas juntos hasta llegar al equipo de honor. Para ello se contrató a un equipo interdisciplinario que incluía desde entrenadores de fútbol hasta asistentes sociales. En el verano, el club llevaba a todos los muchachos de vacaciones a una casa en Quintero. “Íbamos entre 70 y 80″, recuerda Sergio Navarro, quien estuvo en esa cantera y llegaría a ser el capitán de la selección chilena en el Mundial de 1962.
Gracias a esa estrategia, Universidad de Chile logró cuajar sus años más exitosos, los del llamado Ballet Azul, y también una de las duplas goleadoras emblemáticas del fútbol chileno. El mismo año en que Leonel llegó a las inferiores del club, 1948, hizo su arribo otro delantero de fuste, Carlos Campos. En los cientos de entrenamientos y partidos que compartieron desde niños, en la repetición infinita de la misma secuencia, surgió una de las marcas registradas del famoso Ballet: centro de Leonel, gol del “Tanque” Campos. “Con Leonel era muy fácil jugar. Si venía corriendo por la orilla y tenía su marcador a dos metros de distancia, el centro iba por alto al segundo palo. Si lo venían tomando de cerca, el pase iba por abajo, al primero”, dice el propio Campos.
Esa habilidad para los centros y también la potencia de sus remates hicieron que Leonel destacara entre la camada de proyectos de la U. Por eso mismo, los entrenadores optaron por hacerlo jugar con niños mayores que él. El rumor que corría por aquellos años era que había que poner mucha atención en un zurdito de las inferiores azules, porque pintaba para crack. A la luz de ese potencial y también porque tenía carácter, fue el primero de su generación en llegar al plantel de honor azul. Su debut se produjo el 13 de septiembre de 1953, a los 17 años, en un partido que la U jugó ante Everton. “A partir de ese momento no salí nunca más. Fui titular en la U y en la Selección”, cuenta Sánchez.
Para 1959, y siguiendo el plan delineado más de una década antes por el doctor Sierra, en el primer equipo de la U jugaban no solo Leonel Sánchez, sino también Luis “Fifo” Eyzaguirre, Carlos “Pluto” Contreras y los ya mencionados Sergio Navarro y Carlos Campos. Ese año fue especial, pues se obtuvo la segunda estrella en la historia del club. Fue el primer título en la era del entrenador Luis Álamos y el primero del Ballet Azul. La primera de las seis estrellas que ganaría Leonel defendiendo la camiseta azul.