Hace casi un año, específicamente el 6 de octubre de 2016, sonó la primera alarma en la Selección. Como suele ocurrir cuando el camino viene plagado de rosas y elogios, sólo unos pocos se dieron cuenta de que esa tarde en Quito algo se trizó. El inapelable 3-0 que le propinó Ecuador a la Roja no sólo dolió en algunos futbolistas por la diferencia en el marcador. La forma de encarar el partido que escogió Pizzi iba contra todos los principios futbolísticos que la Selección venía mamando en los últimos años, incluso bajo el mando de Macanudo.
Claro, cinco días después Chile se imponía a Perú por 2-1 y las señales de debilidad del técnico quedaban momentáneamente escondidas bajo la basura. Nadie volvió a acordarse de Quito, sobre todo cuando la Roja se empinaba hasta la final de la Copa Confederaciones, con un fútbol que enamoraba nuevamente, más cercano al camino que enseñó Bielsa y, sobre todo, Sampaoli. El Mundial de Rusia parecía estar más cerca que nunca.
Pero bastó un nuevo remezón, esta vez con Paraguay, para que las alarmas volvieran a encenderse. Y el fantasma de Quito volvió a sobrevolar a la Selección. Marcelo Díaz, esta vez, hacía por primera vez pública una situación que se había mantenido en secreto, justo en la víspera al viaje a La Paz, sin saber que aquello a la postre le terminaría costando su salida del plantel.
Para dejar en claro que el recuerdo de aquella tarde en Atahualpa no se había olvidado, el volante apuntó a la forma de encarar el duelo: "Somos de ir a presionar, de hacer un juego de presión alta. Entonces, cuando te cambian el sistema y no lo practicas, es complicado. Así que espero que para este partido podamos entrenar hoy y mañana y ver cómo vamos a jugar".
Pizzi tomó nota de las palabras, pero no quiso sacarlo del equipo de inmediato. Esperó la última fecha doble para pasarle factura. Sin imaginárselo, se ganaba un nuevo problema dentro del plantel, esta vez de parte de los más cercanos a Carepato. Justo en el momento en que más tranquilidad necesitaba para afrontar un escenario impensado, con la posibilidad cierta de quedar eliminado. Pero la lista de conflictos a esa altura ya era insostenible. Uno más que sólo venía a contaminar todavía más el proceso.
Para fortuna del entrenador, los éxitos en la Copa Centenario y la China Cup, más la final de la Copa Confederaciones, le daban a Pizzi espacio de maniobra ante la opinión pública y los propios dirigentes de la ANFP. Pero los jugadores, por lo bajo, insistían en que había mucho mérito de ellos y muy poco del entrenador. No eran pocos los que recordaban lo sucedido en Estados Unidos, durante la primera fase de la Copa Centenario. En medio de la crisis futbolística y de resultados en el certamen, los referentes se plantaron frente al técnico para solicitarle un cambio en la forma de encarar los partidos. Hasta antes del encuentro con Panamá, que marcó el despegue de la Roja en ese torneo, Pizzi había dirigido en seis partidos y había perdido cuatro. Aunque Pizzi les dio en el gusto, su posición quedó débil delante del grupo. Sus convicciones quedaban desplazadas por el capricho de los futbolistas de seguir con el modelo de Sampaoli. Las palabras de Medel apenas se consumó la eliminación de la Roja del próximo Mundial, sobre las características que debía tener el nuevo entrenador, retrataba claramente la impresión que tenían de Macanudo: "Necesitamos un técnico con ambición".
Pero ese veranito de San Juan que significó ganar la Centenario dando el brazo a torcer a los jugadores se acabaría rápidamente en las Eliminatorias. Allí, con pocos días de trabajo, Pizzi quedaría pintado frente a sus dirigidos. Nunca supo darles las herramientas en dos entrenamientos. Entonces, el equipo quedaba retratado tras cada doble jornada. La Roja comenzó a transitar por Sudamérica sin pena ni gloria. Regalándose a más no poder en la cancha y mancillando el famoso bicampeonato, que terminó convirtiéndose en una carga difícil de sobrellevar para muchos de sus protagonistas.
¿Toda la responsabilidad es de Pizzi? Claro que no. Por ningún motivo es el único responsable. Partiendo porque debió hacer frente a un camarín prácticamente ingobernable. Que antepone sus propios intereses por sobre el de la misma Selección, negociando premios en medio de las competiciones, con la pistola en el pecho. Y que más allá de todas las falencias del cuerpo técnico para darles las herramientas necesarias, no supo estar a la altura de las circunstancias en las Eliminatorias. Se emborrachó con los éxitos coperos para dejar escapar una posibilidad histórica: la de clasificar a su tercer Mundial consecutivo. Así de simple.
Sin duda que algo pasó en el camino. El equipo cometió una seguidilla de errores, que se repitieron una y otra vez. Y algunos se agravaron. Dentro y fuera de la cancha. Tuvo que salir la esposa de Claudio Bravo para reconocer lo que pasaba dentro de Juan Pinto Durán. Y aunque el capitán no quiso entrar en detalles sobre esa publicación, sí dejó su mensaje. Algo tarde, pero no por eso menos directo: "Que cada uno se ponga el sombrero y los zapatos aprietan. Los comentarios no producen quiebres. Un comentario no va a generar un quiebre. El que está acá sabe lo que tiene que hacer, somos gente grande. Uno se hace responsable".
Algo venía roto desde dentro. Unos lo llaman relajo. Otros soberbia. Sólo así se explica cómo Chile palideció de un pestañazo, sin rastros de ese equipo solidario, con futbolistas dispuestos a dejar todo en la cancha por el de al lado. Y eso sí se venía advirtiendo. Pero todos miraron para el costado. Uno de los sellos indelebles de la etapa de Sampaoli desapareció para nunca más volver. El ADN que encandiló al mundo de pronto no estuvo más. Así, de un plumazo. Y salvo comentarios de pasillo, nadie quiso reconocerlo públicamente.
Basta revisar los rendimientos individuales de las principales figuras en este último año y medio en las Eliminatorias. Salvo la actuación de Vidal frente a Perú en Santiago y luego Sánchez ante Uruguay, después nadie supo salir de la media. La última imagen en Sao Paulo resume lo que fue Chile durante buena parte de su recorrido por Sudamérica bajo el mandato de Macanudo: un grupo de jugadores superados futbolística y físicamente por el rival, sin la menor sensación de rebeldía.
Así se despidió Chile del camino a Rusia. Sin pena ni gloria. Sin siquiera despedirse de esos hinchas que asistieron al Allianz Parque, que creyeron en ellos hasta el final. Que imaginaban otro final aferrados a la historia de esta generación. Pero ya todo parecía escrito. En Brasil, aquí mismo donde se juramentaron ganar la Copa América apenas acabó la definición por penales en Belo Horizonte precisamente ante el Scratch, se grabó el epitafio de una generación imborrable, que al mismo tiempo se convirtió en ingobernable a medida que acumulaba medallas. Sólo el tiempo dirá cuánto habrá que esperar para ser testigos de otro periodo tan brillante para la Selección.