Desde que Florentino Pérez prendió el cartucho de dinamita y Lopetegui aceptó lanzarlo contra su propia obra, España saltó por los aires. La selección estética, abrumadora y creciente desapareció y sus sobrevivientes se lanzaron hacia un proceso autodestructivo que terminó ayer con una eliminación sonrojante y estruendosa, pero también previsible. España llevaba días gritando su descomposición, avisando de su desastre.
Tenía más que la mayoría, un gran plan consolidado y buena parte de los mejores futbolistas que viven de este oficio, pero no demostró nada. Fue un equipo vacío que completó una de sus peores participaciones mundialistas. Quizás la peor.
España no tuvo entrenador. Hierro fue una solución obligada, pero finalmente nociva y determinante para mal: estropeó más que arregló; imaginó mal los partidos y los corrigió tarde y peor; no convenció ni transmitió al grupo; alineó mal y con miedo... Un incapaz. Igual Saúl, aunque lo pagó con el destierro, tenía razón cuando declaró que, pese al pecado, echar a Lopetegui fue un error. O igual el golpe desestabilizador original no tenía remedio . El caso es que España jugó sin jefe.
Tampoco tuvo arquero. De Gea fue un flan, con errores y nervios que contaminaron al resto. No solo fue que cada remate en contra acabara en gol, o que se limitara a mirar el balón en vez de intentar atajarlo. Lo grave fue que su enfermedad, que Hierro no se atrevió a extirpar, acabó extendiéndose como una plaga por todo el campo. España defendió horrible; insegura y vulnerable pese al rótulo de sus centrales (esa mano gratuita e imperdonable de ayer de Piqué remató un torneo deplorable junto a Ramos). España replegó con fragilidad en el centro del campo y exhibió una insólita ceguera de ideas con el balón: fútbol plano, lento, horizontal y desesperadamente estático (los jugadores estaban en su posición y no se movían nunca de allí). España tuvo también un ataque escaso y desasistido. Una potencial campeona manchada hasta las orejas de vulgaridad.
Tuvo mucho la pelota, pero ni un gramo de fútbol, ni un centímetro de carácter, ni una gota de ánimo. Un alma en pena que se vio merecidamente fuera sin enfrentarse a nadie mejor. Un fracaso irrisorio y voluntario. El esperado dream team murió en equipo calamidad.