La agudeza de los usuarios de las redes sociales puso en evidencia un llamativo detalle en torno a la celebración del título mundial de Argentina: las diferencias entre el trofeo que los transandinos tuvieron en sus manos después de vencer a Francia en la definición por penales que los consagró como campeones del mundo y el que han lucido desde que arribaron a Buenos Aires, donde se concentraron los festejos masivos por la tercera corona planetaria de la Albiceleste.
El juicio es categórico e inequívoco: la que llegó a Ezeiza es una copa auténtica, pero no la original. Oficial, pero no la misma. De hecho, hay diferencias significativas entre ambas, aunque ni siquiera eso disminuye el orgullo que se siente al levantarla. Al fin y al cabo, se trata del símbolo que grafica haber tocado el cielo con las manos.
La explicación tiene varias aristas. Una de ellas está relacionada con la seguridad. El trofeo original que fue encargado por la FIFA para el Mundial de 1974 al escultor italiano Silvio Gazzaniga y está construido en oro macizo, tiene un valor estimado en US$ 20 millones. Mide 38 centímetros de alto y pesa 6,2 kilos. Está hecho en oro macizo y tiene una base de 13 centímetros de diámetro con dos bandas de malaquita verde. Un auténtico tesoro.
Teóricamente, la copa solo puede ser tocada por jugadores que la hayan obtenido y por jefes de estado. Eso explica la polémica en torno al gusto que se dio el cocinero turco Salt Bae, quien apareció en el campo de juego del Lusail Stadium discutiéndoles el protagonismo a Lionel Messi y compañía, los verdaderos merecedores del reconocimiento. Para cualquier otro mortal, incluso de los que se adjudican la categoría VIP, ese privilegio está vetado.
La ruta de la Copa
El trofeo original volvió a Zúrich, donde se emplaza la sede de la FIFA, como sucede desde Alemania 2006. Antes, se quedaba en el país que lo obtenía hasta el sorteo del siguiente certamen. Ahora sale en contadas ocasiones del búnker de la organización. Antes del Mundial, se le pasea por los 32 países clasificados y luego llega al país que albergará el evento. Siempre, bajo estrictos protocolos de seguridad. En Qatar, de hecho, se pudo ver que quienes no estaban validados para tocarlo tuvieron que utilizar guantes en el momento de los traslados.
Los ganadores, en este caso el equipo de Scaloni, pueden disfrutar de él durante un tiempo inmediatamente posterior a la final. Si fueron observadores en medio de la natural euforia, habrán notado el detalle de que en la base están inscritos los países que se lo han adjudicado en la historia. Ahí radica una de las diferencias con el que llegó a Argentina, que solo consigna al reciente ganador. El intercambio se produjo en el mismo campo de juego, donde por algún momento pudieron convivir ambos.
La otra diferencia significativa es la construcción. Mientras la copa original es enteramente del metal precioso, la réplica está realizada con otra aleación, aunque es bañada en oro. Eso disminuye considerablemente su valor nominal, pero en ningún caso el simbólico. La empresa italiana Bertoni GDE se encarga de la confección de la réplica.
El fantasma de la Jules Rimet
La actual Copa del Mundo es, en rigor, heredera de la tradición de un trofeo anterior: la copa Jules Rimet, que se entregó hasta México 1970, el torneo que elevó a Pelé a lo más alto del concierto futbolístico, incluso histórico.
Para ese galardón se estableció una particularidad: el país que lo obtuviera en tres ocasiones se quedaría con el original. La que dio en el estadio Azteca fue la tercera vuelta olímpica que daba el Scratch, después de Suecia 1958 y Chile 1962, por lo que se hizo acreedor de la estatuilla. El problema es que fue robada en 1983 y fue fundida. Solo se recuperó la base, en lapislázuli.
La Jules Rimet era un poco más pequeña que el trofeo actual. Medía unos 30 cm de altura y tenía 3,8 kg de plata esterlina enchapada en oro. En total, alcanzaba los cuatro kilos.