Puede parecer extraño que en aquí aparezca Jacqueline Pardo, la mamá de Arturo Vidal. No es deportista, está claro, pero su aporte resulta un homenaje para muchas. Porque detrás de todo crack, obligadamente debe haber una persona encargada de forjarlo. Antes que los entrenadores, los preparadores físicos o los agentes, están los progenitores. Y doña Jacqueline debió oficiar ese trabajo al doble, siendo madre y padre al mismo tiempo para que Arturito se transformará en el Rey Arturo.
Por eso ella, una mujer común y corriente, es idolatrada. De hecho, es la única figura que realmente admira Vidal, según ha confesado. Lo educó, lo motivó, lo mimó y llevó al niño a ser el monarca que hoy es. Creció en San Joaquín, en la población El Huasco, barrio bravo, pero en el que todos conocen las alegrías y penurias del de al lado.
En esas mismas calles más tarde sus hijos transitaron. Arturo es el segundo de ellos. Antes vino Jacqueline (36), y luego Ámbar (27), Sandrino (25) y Victoria (21). "Nosotros éramos muy pobres, es verdad, pero tampoco es que faltara para comer o que cuando llovía se nos mojara toda la casa. Siempre trabajé para que a mis hijos no les faltara nada dentro de lo posible", dice ella.
Se casó joven. A los 14 años, sólo con octavo básico y esperanzada en una nueva vida. Escogió a su primer pololo, Erasmo, para formar una familia. Y ésa es la paradoja más importante que ha vivido: sufrir en aquel matrimonio de horrores terribles, pero agradece que por él llegaron sus hijos.
Arturo fue mimado tanto como pudo hacerlo ella. Tanto como su espíritu guerrero, su mayor herencia.