La rodilla de Diego Costa fue la diferencia mínima entre España e Irán. Sí, aunque parezca increíble, el seleccionado europeo apenas pudo establecer la diferencia en el marcador única y exclusivamente a través de un rebote en la humanidad del ariete del Atlético Madrid, cuando más nervioso se mostraba el combinado de Fernando Hierro. Pese a las enormes diferencias entre una y otra plantilla, Irán casi se sale con la suya, con argumentos a ratos muy defensivos, pero que pusieron en aprietos a su rival.

Y es que más allá de la realidad de uno y otro, la obligación era de España. Por historia, por jugadores y sobre todo porque una derrota lo dejaba prácticamente fuera del Mundial. Fiel a su estilo de la última década, el seleccionado de Fernando Hierro tomó el control del balón y se instaló en las inmediaciones del área de los asiáticos. No tardó ni cinco minutos en acorralar a su rival. La pelota pasaba casi exclusivamente por los pies de los mediocampistas españoles, que una y otra vez intentaban encontrar el espacio para derribar el muro defensivo que les planteaba el técnico Carlos Queiroz. Siete, ocho y hasta nueve iraníes estaban en los últimos 20 metros defendiendo, dejando poco espacio de maniobra para Iniesta, Isco y Silva.

Hierro quiso darle al equipo más amplitud con el ingreso desde el arranque de Lucas Vásquez, ubicándolo como extremo derecho. No obstante, la movida fracasó porque el jugador de Real Madrid no pudo ganar un solo mano a mano y para colmo, no entró nunca en circuito con Dani Carvajal y David Silva. Entonces, clausurada una banda, España cargó todo por el sector izquierdo, resultando el ataque previsible y monotemático. Entonces, Irán, con todos sus hombres defendiendo casi dentro del área, siempre encontraba una pierna salvadora para interrumpir un pase filtrado o un remate a quemarropa.

Era una resistencia antiestética desde lo futbolístico, pero heroica desde lo anímico. Al igual que hace cuatro años, cuando resistió 90 minutos frente a Argentina antes de sucumbir frente a un remate al ángulo de Messi, Irán ponía el corazón en cada trancada, en cada barrida, y también mucha picardía para retrasar cada reanudación y estirar alguna lesión. En ese escenario, el combinado español transitaba nervioso e impreciso, sin repuestas para la disposición táctica del rival más que hacer circular el balón alrededor del área.

La pregunta a esa altura en Kazán era cuánto podría resistir el seleccionado asiático tamaña forma de defender el cero. Diego Costa, el único delantero nominal incluido por Hierro, no recibía balones con ventaja y tampoco podía resolver por sí mismo, como ocurrió en la apertura de la cuenta ante Portugal en la primera fecha. El libreto español estaba claro y no iba a modificarse tras el descanso, más allá del poco vuelvo de los primeros 45 minutos.

Afortunadamente para España, antes de que el nerviosismo comenzara a jugar un rol fundamental en la medida que se extendiera el empate sin goles, Diego Costa encontró un rebote en el área rival y casi de casualidad decretó la apertura de la cuenta. Si algo necesitaba el cuadro de Hierro era precisamente un guiño de la fortuna en medio de tantos defensas. Porque el delantero de Atlético Madrid sin proponérselo introdujo el balón en la portería asiática. Curiosamente el gol cambió la dinámica del partido porque Irán le perdió finalmente el miedo al partido y quiso saber lo que era atacar. Y en uno de los tantos centros que tuvo en el segundo tiempo, casi encuentra la igualdad. De hecho, un remate de Ezatolahi superó la resistencia de David de Gea, pero el segundo asistente sancionó un correcto fuera de juego.

España, lejos de tranquilizarse con la ventaja, perdió el control y empezó a desdibujarse. Mucho hizo Hierro también con los cambios, que no le cambiaron la cara a un equipo, que terminó aguantando la mínima ventaja, sin mayor deseo que el de mover la pelota en mediacancha. Por ahora, más allá del triunfo, los europeos parecen estar lejos de ser un candidato al título. Lo mostrado en Kazán es preocupante para sus aspiraciones.