Pocas naciones tienen tanta obligación de llevarse la presea dorada en un deporte, como es el caso de Estados Unidos con el básquetbol. La cuna de la disciplina siempre ha mostrado un nivel muy superior a sus rivales en la cita de los anillos y cualquier cosa que no sea el oro termina siendo un escalando. Por eso la victoria es un alivio, principalmente para un equipo cuestionado a lo largo de su viaje por Tokio. Se llevaron la final al vencer 87 a 82 a Francia.

Ya son cuatro Juegos Olímpicos consecutivos con la bandera de Estados Unidos en lo más alto del podio del básquetbol. Un hito para cualquiera, menos para ellos. Es la rutina de la grandeza, una prueba más de la superioridad, a estas alturas eterna, de los norteamericanos.

En Tokio lo consiguieron gracias a un Kevin Durant bestial y un Jrue Holiday sacrificado. Uno el alma ofensiva de los campeones, el otro el gran defensor de un equipo que fue de menos a más durante estas semanas.

El jugador estelar de los Brooklyn Nets clavó 29 puntos, seis rebotes y tres asistencias, pero por sobre todo actuó como salvavidas cada vez que el resultado tambaleó. Asumió su rol de figura y terminó jugando en modo MVP.

Francia por su parte se queda con la plata y un gran rendimiento colectivo en Japón. Bajaron a los otros favoritos del torneo y dejaron estos Juegos sin una final soñada. El tapón de Nicolas Batum a lo eslovenos cuando quedaban 2.5 segundos de partido en la semifinal será una de las postales de la competencia olímpica.

Pero el oro quedó para el Dream Team. Uno que sin tanto brillo ni alarde, logra seguir la seguidilla de triunfos estadounidenses, solo cortada por el batacazo argentino en Atenas 2004.

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