No será fácil olvidar el Dakar 2019. El rally 100% peruano. El del trazado en bucle, el fastidioso fesh fesh y las dunas interminables. El del triunfo abrumador de Chaleco (el mejor Side by Side y el octavo clasificado -algo inédito- en la general acumulada de autos). El del sueño y el tobillo destruidos de Quintanilla. El más corto de la historia. El más técnico e intenso, para muchos, y para otros, los más puristas, apenas un sucedáneo.
Y es que la 41ª edición de la carrera más extrema del mundo, la de la discordia, ha puesto sobre la mesa un debate inevitable sobre el futuro de la prueba, su esencia, su naturaleza y su capacidad de reinventarse.
No se había consumido siquiera la mitad de la carrera y ya comenzaban a lloverle las primeras críticas al trazado. "En África comenzabas en un punto y terminabas en otro. Aquí es un poco más artificial porque empiezas en un sitio y haces bucles. Llegamos a un buen lugar de dunas y estamos dos días. Pero cuando te gusta la aventura quieres cruzar un país entero", denunciaba, a propósito de un recorrido circunscrito exclusivamente al sur del país, el 13 veces ganador de la prueba Stéphane Peterhansel.
Tres días después, y luego de verse obligado a abandonar la carrera tras quedarse enterrado con su buggy en las dunas, era el chileno Ignacio Casale (dos veces ganador de la competencia en quads) el que ponía en tela de juicio la exigencia de una edición con apenas diez etapas (la más breve de la historia) y 5.600 kilómetros de recorrido total (3.400 menos, por ejemplo, que la de 2015). "No fue un verdadero Dakar. Fue más pequeño, las etapas no eran largas. Antes al Dakar uno iba realmente a sufrir. Este fue un Dakar light, más liviano", disparaba en La Tercera.
Una cruda tesis ratificada hace algunos días por Dani Oliveras, navegante del español Gerard Farrés, escolta de Chaleco López en la clasificación final del SxS: "No ha sido un Dakar extremadamente duro si lo comparo con otras ediciones que he corrido en moto. Quizás esperaba que hubiese sido más complicado o que nos ocurriesen más cosas". Cosas, tal vez, como las padecidas por Pablo Quintanilla, quien deberá ser intervenido por segunda vez el próximo jueves para reconstruir las partes fracturadas de un tobillo muy dañado por su espeluznante caída en la última etapa.
Pero no todos los pilotos que tomaron parte comparten el juicio de Casale, Oliveras o Peterhansel. Algunos son enfáticos en su defensa del recorrido. Como Luis Eguiguren, participante en SxS: "Leí que Casale decía que había sido un Dakar light, pero de light no tuvo nada. 250 kilómetros de dunas y el resto de fesh fesh tienen mayor exigencia técnica que 500 de caminos. Yo que alguna experiencia tengo, que he corrido el Dakar en África, he corrido en Rusia, en China y varios acá, diría que este fue durísimo". Y añade: "El Dakar es una carrera de resistencia que importa poco si se hace en un país o en diez. Lo que verdaderamente marca la diferencia es la exigencia técnica del trazado".
"La dureza del Dakar está marcada por los enlaces largos, el frío, la altura, pero yo lo vi por la tele y fue entretenido. Hasta el último día no se sabía quién podría ganar. Con hartos hitos, con polémicas, fue entretenida", manifiesta Felipe Prohens, presente en cinco Dakar en motos. Y el histórico automovilista Jorge Latracht, de apoyo en Perú, culmina: "Fue un rally durísimo para los pilotos, no sé de dónde sacaron que fue fácil".
Y con Ettiene Lavigne, director de la tradicional prueba, calificando el experimento peruano como "una edición 100% Dakar, más intensa, más dura y más selectiva" sin atreverse a vaticinar siquiera en qué continente se correrá el próximo año, el rally raid más duro del mundo continúa replanteándose su existencia. Un debate que, cuatro días después del fin de la versión más corta de su historia, sigue trayendo cola.