A los 99 años, dejó de existir Luis Fernando Araya, arquero de Colo Colo en los título invicto de 1941 y de las coronas de 1944 y 1947. En total, estuvo ocho temporadas defendiendo al Cacique y fuera de la cancha desarrolló una carrera multifacética.
Había nacido el 21 de junio de 1921 en la localidad de Hospital, en Paine. Los últimos años de su vida los pasó radicado en San Antonio. Ahí, en la ciudad puerto, recibió en enero pasado a Daniel Morón y a Raúl Ormeño, quienes lo visitaron en representación del club y para transmitirle el compromiso de la institución de apoyarlo en sus necesidades.
Después de colgar los botines, el exportero fue técnico de fútbol amateur en Cartagena y San Antonio (con ambos campeón invicto), empleado administrativo de los microbuses, jefe de personal de buses, fundador del Círculo Musical de Tomé y tenor en el coro de la Universidad de Chile, con el que interpretó el oratorio El Rey David en la asunción como Presidente de la República de Carlos Ibáñez del Campo, en 1952.
Además, era un eximio dibujante y una de sus aficiones es reproducir insignias de los clubes de todo el mundo. “Las recorto de los diarios y las revistas. Con el computador no somos muy amigos”, relató en una entrevista concedida a La Tercera hace seis años.
En las tres títulos que ganó con el club alternó con la titularidad. En 1941 fue enviado a préstamo a Santiago National Juventus en la segunda parte del campeonato, mientras que en el de 1944 jugó 220 minutos y recibió tres goles y en la copa de 1947 disputó 135 minutos en dos encuentros, sin que le convirtieran.
Entre sus condecoraciones, la Municipalidad de San Antonio lo reconoció hace algunos años como Ciudadano Distinguido, en homenaje a su trayectoria deportiva.
En otra entrevista en este diario, en octubre de 2017, Araya daba su receta de la longevidad: “Yo fui un chico bien alimentado, de campo, muy bueno para la leche, y de mayor tuve cuidado con el asunto del trago y el cigarro. Y mire que me he pegado cinco o seis porrazos y me he caído de espalditas en el pavimento, pero esos porrazos me hicieron más duro. El resto me viene de familia, de mi abuela, que murió a los 110 años”.