Muy pocos técnicos pueden presumir de una hoja de servicios en la dirección técnica tan dilatada como la que presenta hoy en día Luiz Felipe Scolari (69). Menos aún son los que cuentan en su haber con un palmarés de triunfos tan rico como el suyo, adornado con títulos continentales tanto a nivel de clubes como de combinados nacionales. Pero ninguno, seguramente, sabe tan bien como él, que ha visitado el cielo y el infierno a los mandos de la misma nave, a qué sabe exactamente el más rotundo de los éxitos y el más estrepitoso de los fracasos.

Nacido el 9 de noviembre de 1948 en Passo Fundo (Rio Grande do Sul), en el seno de una familia de inmigrantes italianos, Scolari heredó de su progenitor, de ascendencia veneciana, su amor por el balompié. Y quién sabe si también su inclinación hacia las travesías largas. Fue, en su época como jugador, un defensor rudo e implacable que construyó, de manera íntegra, su carrera en Brasil, donde se desarrolló profesionalmente durante las décadas de los 70 y los 80, antes de cambiar los botines por una pizarra para dar rienda suelta a su verdadera pasión, la dirección técnica. Como futbolista, realmente, no alcanzó el protagonismo que sí logró más tarde como entrenador. Jugó en clubes de segunda línea, como Caxias, Juventude, Novo Hamburgo y Centro Sportivo Alagoano.

Fue precisamente en este última institución donde comenzó a cosechar éxitos como entrenador desde el principio. Primero a nivel regional. Al poco andar, el hoy DT de Palmeiras terminó de curtirse como entrenador en Arabia Saudita y Kuwait, antes de regresar a su estado natal para conquistar Sudamérica. Sucedió en su tercera aventura en la banca de Gremio, el gigante de Rio Grande do Sul, a mediados de los 90. Allí levantó su primera Copa Libertadores, en 1995, un año antes de adjudicarse la Recopa Sudamericana con el cuadro de Porto Alegre, y de guiar después a Palmeiras, en el último año del pasado siglo, otra vez a la cima del subcontinente.

Los incontestables éxitos obtenidos dispararon la fama de Felipao, que recibió el envenenado encargo de dirigir los designios de la selección de Brasil, que había logrado, por cierto, su clasificación a la Copa del Mundo in extremis, en el Mundial de fútbol de Japón y Corea. Y fue allí, precisamente, en 2002, donde el estratega de Passo Fundo tocó el cielo con los dedos. Desmontando el paradigma del jogo bonito, innegociable hasta entonces, pero con una autoridad y una jerarquía pasmosas, la Verdeamarela de Ronaldo, Rivaldo, Cafú, Kaká, Ronaldinho y compañía se consagró en tierras orientales pentacampeona planetaria.

La gestión del camarín realizada por el técnico, apodado cariñosamente como Sargentao, pero con un talante mucho más paternalista que autoritario, resultó decisiva. Su magistral manejo de grupo terminó por devolver la memoria a una Canarinha que agonizaba, y tras su renuncia al combinado nacional -tal y como había anunciado antes del inicio de la justa- volvieron a lloverle las ofertas. Y aterrizó en Portugal, en vísperas del inicio, precisamente en tierras lusas, de la Eurocopa de 2004. Un certamen donde el anfitrión no sedujo a nadie por su fútbol, pero sí por sus resultados, que terminaron por encaramarlos a la final del torneo. Una instancia decisiva donde la modesta Grecia, en una gesta inolvidable, acabó quedándose con los laureles.

Pero la carrera obstinada e imperturbable de Scolari no se truncó aquella noche en Lisboa. "Si temiera a los desafíos no habría logrado nada en mi carrera", llegó a proclamar en una ocasión el estratega, que dirigió después al Chelsea en Inglaterra y en Uzbekistán al Budyonkor, consciente ya entonces -como lo es seguramente también ahora- de que lo suyo era persevar, de cualquier forma y siempre a su manera.

Hoy, con 36 años en las bancas, con 20 clubes de por medio, Felipao va por más. El menos brasileño de los técnicos brasileños y el defensor de Pinochet con bigote dictatorial. El del 7-1 en contra ante Alemania y el pentacampeón en activo. El perseverante que llegó al Verdao otra vez, por tercera vez, como lo hizo la primera, con la única intención de reinar a cualquier precio, es decir, como sea. Corpulento y temperamental, a veces, recordado por sus confrontaciones. Hoy tiene al frente a Colo Colo. El antepenúltimo de sus escollos en su afán por levantar por tercera vez (y la segunda con Palmeiras) la Copa Libertadores, el trofeo que lo lanzó al estrellato en el nacimiento de su carrera como entrenador.