Fue un partido de reencuentros. De viejos compañeros y viejos rivales. Alexis Sánchez enfrentó al Arsenal por primera vez desde que abandonó Londres, y Arsene Wenger fue homenajeado por quien fuera su enemigo durante 22 años: Alex Ferguson. Porque los Diablos Rojos fueron los primeros en rendirle tributo a un técnico que cierra una etapa que marcó época.
Antes del partido, Mourinho guía al francés para su reunión con Ferguson al borde del campo, quien le hace un regalo de despedida. Todo Old Trafford extiende sus respetos a Wenger. Pero al final es Mourinho quien le amarga otro clásico, su último con el Arsenal, con una estrategia tan usada que roza el descaro. Con un ejecutor tan inverosímil como confiable. Con un modus operandi tan repetitivo como efectivo: Fellaini y su cabezazo.
Porque el belga es el comodín de los últimos minutos, el ariete para romper las defensas que desesperan por salvaguardar un resultado. Uno que, ciertamente, la zaga del Arsenal no merecía.
El United abrió la cuenta por medio de Pogba, que aprovechó un cabezazo en el palo de Sánchez tras centro de Lukaku. El chileno volvía a aparecer en el aire y acallaba los abucheos de la parcialidad que no le perdonan cómo salió, ni dónde fue a parar.
Buena combinación la del chileno con el galo, que cuando se juntaron provocaron las mejores ocasiones. No obstante, todo cambió en el complemento. La salida de Lukaku tras sufrir una fuerte falta coincidió con el error de Valencia a los 50', que aprovechó Mkhitaryan para dejar estático a De Gea y poner la paridad. El armenio, ex United, no celebró el gol.
La posesión de los red devils se esfumó, y el tocopillano volvió a caer en sus movimientos monótonos y predecibles, además de sus errados centros. Demasiado escorado a la izquierda como para desequilibrar, Sánchez se esfumó por completo.
Pero el Arsenal pagó caro su conformismo. Si en 2002 Wenger ganó allí una Premier con arrojo, ayer perdió su último partido en Old Trafford por replegar al equipo. A los 92' Fellaini saltó para quedarse con el centro de Young y poner el balón inalcanzable para Ospina. La estrategia de Mou funcionó y Wenger cayó, otra vez, en un estadio donde pocas veces celebró.