Son las 7 de la mañana y en Pucón todo está revolucionado. No se trata, esta vez, de la extensión desmedida de la fiesta de la noche anterior en la capital sureña del turismo en esta fecha. Es más bien todo lo contrario. La escena es parte del entusiasmo que genera la realización del Ironman 70.3, la principal prueba del triatlón chileno, que alcanzó su 11ª edición. Y, sobre todo, de la expectación que produce la presencia de los grandes favoritos de la competencia y del público: la chilena Bárbara Riveros y el canadiense Lionel Sanders. 20.000 espectadores para vitorear a 1.566 participantes.

En Pucón todo gira en torno a ellos. En la antesala de la competencia, la ciudad estaba plagada de sus imágenes, asociadas, también, a los principales auspiciadores del certamen. La imagen de ambos trasciende, en cualquier caso, lo comercial. Más bien llega a convertirse en eso como producto de sus inobjetables carreras deportivas y de los logros que han conseguido y que ambos ratificaron ayer en el sur con sus respectivos títulos.

Riveros y Sanders pasan por el paraíso lacustre de la región de la Araucanía como los ídolos que son para los cientos de seguidores que intentan acercárseles para guardar alguna imagen como recuerdo. Chicka rara vez se deja ver. Más que por divismo, por su evidente timidez. Sanders, en cambio, parece más entregado al concepto de show y no vacila si alguien le pide una selfie, un video o una historia de Instagram. Estuvo dispuesto siempre. Desde que llegó a Pucón se las arregló para atenderlos a todos con su mejor cara.

Riveros y Sanders se transformaron, desde ese momento, en los protagonistas absolutos de la jornada. Aunque no son los únicos. Sus compañeros de la categoría elite, de hecho, también constituyen un grupo reducido en relación a la planilla total de la prueba. Porque hay un grupo masivo que arranca en el segundo turno, precisamente para que los profesionales no sufran contratiempos en el desarrollo de sus carreras. Que no va tras grandes marcas, pero que también recibe el apoyo del público y, sobre todo, de sus familias, que los alienta insistentemente. Algunos portan carteles. Otros gritan permanentemente. Pasó en el Challenge Kids y en la Promocional. Y se repitió ayer en el desafío mayor.

Las miradas masivas, eso sí, seguían puestas en Riveros y en Sanders. Más que por lo que sucediera durante el recorrido, porque iban concitando todas las muestras de apoyo posible. Algunos intentaban estrecharles la mano, otros, desconocedores de la reglamentación, acercarles un poco de líquido. Concentrados, ambos continuaban con un tranco ganador y seguro.

A medida de que pasaban los metros y ya existía sospecha de que ambos reescribirían la historia de Pucón pulverizando los récords en sus respectivas categorías, crecía el entusiamo. El locutor oficial de la organización y pantallas gigantes ubicadas en sitios estratégicos permitían mantenerse informados respecto de lo rápido que ambos avanzaban y de lo cerca se ponían de la meta. El paso de Riveros y Sanders por el centro de la ciudad estuvo acompañado de gritos y vítores que adelantaron lo que ocurriría un par de kilómetros más adelante. Ambos siguieron dando sus mejores esfuerzos y si las energías ya no provenían del cuerpo ni de las barras energéticas que consumían para mantenerse en forma, ahora las extraían del bullicioso respaldo de sus fanáticos. Porque el triatlón, pese a que no es deporte masivo, también tiene seguidores que sorprenden con su altísimo nivel de conocimiento y con el dominio de la historia de la carrera más tradicional de Chile.

Cuando ya se había instalado la sospecha de tanto Riveros como Sanders batirían los registros de la prueba, Pucón se vino abajo. Si hasta la imagen del volcán Villarrica, escenografía magnífica para la "carrera más linda del mundo", como reza su slogan, parecía iluminarse. El final y la gloria estaban cerca para Bárbara y Lionel, quienes abrieron la puerta de su casa y dejaron a todos sus invitados felices.