Dos remates al arco tuvo Colo Colo el miércoles en el partido que perpetró contra O’Higgins de Rancagua. El primero, un tiro libre de Matías Fernández que Augusto Batalla controló dando tres pasos a la derecha y levantando las manos; el segundo, un derechazo rasante de Bryan Véjar que Batalla embolsó contra el piso, pero daba la sensación que el tiro iba fuera, por lo que el arquero argentino debió atraparlo para que no digan que se gana la plata tan fácil. Ambos remates ocurrieron muy profundo en el segundo tiempo. Batalla no cogió con las manos una sola pelota en la etapa inicial. Se fue con los guantes limpios al camarín.
Nada puede explicar la desidia, la falta de compromiso, el ritmo cansino, de partido de veteranos que se comieron un asado al borde de la cancha, la indolencia y falta de profesionalismo que muestra este camarín de Colo Colo. Ni la pandemia, ni las duras negociaciones con los dirigentes, ni el inexistente liderazgo desde la banca. Cuando se ganan los sueldos que se ganan, lo mínimo es correr y pedir la pelota. Puede que el equipo no tenga un estilo de juego, una mecánica y los partidos parezcan escasamente planificados, pero no veo por dónde a un futbolista profesional, que gana 40.000 dólares mensuales, se le olvide gambetear, meter un centro, hacer una pared, patear al arco o cabecear una pelota.
Es fácil cargar los dados sobre Gualberto Jara. Siempre hay un chivo expiatorio donde el plantel se escuda convenientemente. Jara es un técnico de cadetes y el último año había ganado de manera brillante el título Sub 19. Y tiene un sueldo acorde con eso. Está para manejar juveniles, no pailones displicentes, vanidosos y sin respeto por su profesión que deambulan relajados en la cancha. Gualberto nada puede hacer con estos jugadores, no tiene cómo.
Hace un rato en Colo Colo se instituyó jugar al ritmo de las fases lunares, cuando se les canta o según el pie con que se levantan de la cama. Igual les van a pagar a final de mes. Un loop eterno que alterna muy malos partidos con un par de buenos resultados, lo que le da aire a esta inercia que lleva más de dos años. Es una falta de respeto con los miles de ingenuos que pagan su abono a la televisión por cable, con la esperanza que esos once que visten de blanco al menos cumplan con el piso de un futbolista profesional: correr detrás del balón. No se puede ser tan vago. Todo tiene un límite.