La presentación de la Roja en la Copa América no puede sino ser calificada como un rotundo fracaso. Y la aseveración no es un simple capricho de este articulista, quien ya se atrevió a advertir el error que significaba la contratación de Rueda: gentil hombre, sereno, educado, pero carente del perfil para interpretar el ADN que en forma irrenunciable caracteriza a esta generacion y a su sistema táctico.
Una de las primeras tareas, Rueda la dejó pendiente: el tema disciplinario. Ante el asunto Claudio Bravo, optó por cerrar los ojos, dejarlo fuera de la nómina y entregar liderazgos a quienes, precisamente, manifestaban falta de profesionalismo. Llegó a decir que entre Vidal y Bravo prefería al primero. Y así fue nomás. Esta selección tuvo el sello de Vidal. Es decir, física impulsiva, descontrolada y poco clara. Vidal posiblemente sea el mejor volante del mundo, pero nunca tanto como para entregarle las riendas tácticas del partido.
Al marginar a Bravo sin razones valederas, desperdició no solo a uno de los mejores arqueros, sino a un capitán de verdad cuyo único error fue decir verdades. Y el tema es que quien lo reemplazó en el arco, no tiene su jerarquía, ni su calidad, ni su personalidad.
El tema de Marcelo Díaz transita por otro carril. Su marginación no es producto de una indecisión ni de un capricho, sino el reflejo del ideario táctico del DT. Pulgar, su reemplazante, es de otras características. Sin la virtud más destacada de esta selección, la salida limpia y el balón bien distribuido. Es decir, el inicio ofensivo orientado. Pulgar está para otros menesteres.
La incorporación de Vargas fue una incrustación de última hora. Prácticamente no participó en los llamados microciclos por razones nunca bien aclaradas. Una señal de que las preparaciones previas y amistosos carecen de importancia y se puede llegar a última hora solo por tener chapa de goleador.
En rendimiento, sabor táctico e innovación fue precario lo ofrecido por esta selección. Y para satisfacer el ansia resultadista, tampoco hizo historia. Sus números hablan solos.
Al cabo, seguimos sin saber si los indiciplinados siguen dentro o afuera, si los soplones existieron y por ello castigados, si la incorporación de uno o dos jugadores dan comienzo al recambio que con tanta fuerza pregonó Rueda. Y, lo más grave, retrocedimos tácticamente a los ochenta. Si esto no es fracaso, ¿qué lo es entonces?