La selección chilena de fútbol tocó el cielo de Cochabamba en el último suspiro del alargue de su final ante Uruguay con un tanto de Valencia en el minuto 114 que vale oro.

No supieron Chile y Uruguay sacarse ventaja en una primera mitad absolutamente plana. Empataron a todo. O tal vez nada, pues sobre el maltratado césped del estadio Félix Capriles de Cochabamba, a ambas escuadras les faltaron ideas y les sobraron ganas.

Como en un juego de espejos, dispusieron los técnicos de los dos combinados dos disposiciones tácticas prácticamente idéntica y, en honor a la verdad, lucieron algo mejor los charrúas en ese panorama estéril durante buena parte del primer tiempo. Porque Uruguay fue al menos Uruguay, un conjunto compacto y correoso, reconocible a fin de cuentas; y la Rojita apenas su reflejo.

No lograron disparar entre los tres palos los pupilos de Héctor Robles durante los primeros 45 minutos. Con un fútbol demasiado horizontal, un Nicolás Guerra escasamente participativo y un Marcelo Allende dejando acaso algunas muestras de su talento, aportando claridad con cuentagotas, fueron transcurriendo los minutos. La potencia de Uribe y las proyecciones de Ibacache y Fernández por los costados, aportaron variantes, pero no consiguieron hacer nunca la diferencia. Amparados en su sólida estructura defensiva, los uruguayos fueron creciendo. Con un fútbol tan rudimentario como finalmente amenazante, buscando constantemente la referencia del espigado Facundo Batista en ataque, los discípulos de Fabián Coito comenzaron a merodear por el área de Ureta, también sin éxito.

Y es que no necesitó intervenir en demasía el arquero chileno, que se mostró seguro con los pies en la salida de balón, pero que apenas tuvo que sacar a relucir sus guantes. Un disparo demasiado alto de Boselli desde la frontal del área fue la mejor ocasión de que dispusieron los celestes (mucho más lúcidos con Boggio lanzando el juego) durante todo el primer tiempo. De manera que la anodina y agarrotada primera fracción concluyó en Cochabamba sin goles, a medio camino entre la tensión contenida y el inevitable bostezo.

Mejoró el equipo de Robles, sin embargo, con la llegada de la segunda mitad, y también, en líneas generales, el trámite del juego. Un centro muy pasado de Gabriel Rojas desde el costado izquierdo, recién iniciado el complemento, encontró entonces la cabeza de Díaz, que remató forzado, casi sin ángulo, estrellando su testarazo en el larguero. El susto infligido, y un vistoso centro de rabona del propio Díaz desde la derecha, terminó por desperezar a la tribuna y por espolear al equipo chileno, que por primera vez en el partido pudo adivinar el temor en el rostro de su adversario. Un cabezazo de Marcelo Allende, llegando desde segunda línea, que se perdió por encima del travesaño por muy poco, representó el segundo aviso de la Rojita, que tuvo un nuevo aire cuando Robles ordenó el ingreso de los jugadores de refresco. Pero con el tiempo casi cumplido, fue Uruguay el que acarició el oro en un tiro libre abortado con acierto por Ureta. Sin puntería y atenazados ya, a esas alturas del encuentro, por la altitud y el miedo, los finalistas terminaron dando por buenas las tablas y enviaron el partido al alargue. Una prórroga en la que sucedió más bien poca cosa, pero que los cerca de 7.000 espectadores presentes en la tribuna aceptaron como una segunda invitación al juego, despertando de su letargo para arengar a los exhaustos combatientes.

Pero cuando la final parecía condenada a decidirse desde los doce pasos, ocurrió el milagro. Ibacache apuró la línea de fondo y centró al corazón del área, donde Diego Valencia, uno de los jugadores de refresco, metió la cabeza para enviar el cuero al fondo de las mallas de Israel. Un tanto que desataba el delirio chileno en Cochabamba. Un gol de oro para un oro inédito.