El refrán popular dice que un gesto vale más que mil palabras y cuando contiene en sí mismo una carga simbólica… tanto mejor (diría yo). En la vuelta de la Selección Femenina de Fútbol a las canchas, mientras se interpretaban los himnos, las jugadoras chilenas se llevaron la palma de su mano izquierda a la nuca, adoptando una postura clásica del autoexamen y los controles mamarios. Al desconcierto inicial se sumaron más tarde las explicaciones: a casi 30 días del inicio del mes del cáncer de mama, la actitud de las jugadoras chilenas era una forma de visibilizar la necesidad de los chequeos preventivos, entendiendo que cuando existe un diagnóstico a tiempo la sobrevida de las pacientes que sufren esta enfermedad es de un 90%.

No es la primera vez que el fútbol chileno prodiga un apoyo a esta causa. El año pasado Everton de Viña del Mar saltaba al campo de juego con una camiseta rosa -el color que representa la lucha contra este cáncer-, aportando su grano de arena a una enfermedad que ha crecido en los últimos años en Chile.

La fuerte penetración social que tiene el fútbol en Chile y en el resto del mundo lo convierten en una vitrina poderosa para apoyar movimientos o causas de cualquier índole. Si hasta hace poco este potencial solo había sido advertido por las empresas y las agencias de publicidad para instalar sus marcas en el inconsciente del público, hoy esa posibilidad ha abierto el foco hacia otras instancias más nobles.

Hace solo una semanas un delantero del Tottenham Hotspur, Dele Alli, revolucionó el mundo cuando hizo un particular festejo luego de anotar: se llevó la mano derecha sobre uno de sus ojos y con sus dedos dibujó una suerte de monóculo. La complejidad del truco terminó haciendo de la celebración un viral en el que millones -y creo no exagerar- intentaban repetir, con mayor o menos éxito, el truco del jugador inglés de ascendencia nigeriana. Lo que nadie supo en primera instancia es que aquello tenía una razón de ser. Alli hacía suyo el gesto que hacen quienes sobreviven a las torturas que las fuerzas de seguridad del Estado aplican a quienes detiene, y entre las que la extirpación de ojos es la más común.

Ese gesto político y tremendamente humano es similar al que los jugadores del club alemán Hertha Berlin desplegaron sobre el campo de juego hará menos de un año, minutos antes de enfrentar al Schalke 04 por un partido de la Bundesliga. Todos sus integrantes -entre los que se cuentan varios futbolistas africanos- se arrodillaron en el campo de juego, tal como en su momento lo habían hecho los jugadores de la Liga Nacional de Fútbol Americano, como una forma de protestar frente a las políticas racistas que el gobierno de Donald Trump ha implementado.

En Chile, cuando el año pasado se conmemoró un nuevo aniversario del golpe militar, dos jugadores de la Universidad de Chile tuvieron un gesto significativo para con los familiares de los detenidos desaparecidos y con la memoria del país. David Pizarro e Isaac Díaz salieron a la cancha con flores en sus manos, las que depositaron cerca del lugar que homenajea a quienes fueron asesinados y torturados en el estadio Nacional después del 11 de septiembre de 1973.

El fútbol a veces nos da lecciones de vida y nos sugiere ocuparnos del mundo con una mirada más comprometida y humana. Una mirada que condena cualquier abuso de poder y se resiste a la idea de que podemos disponer de la vida de los otros como se nos cante solo por el hecho de pensar distinto.