“Quinteeeros, Quinteeeros”. El grito resuena por el Monumental. Son 40 mil personas las que lo corean a voz en cuello. Hay en la manifestación un genuino agradecimiento para el personaje que lo recibe, quien no esconde su orgullo. De hecho, alza la mano en señal de retribución, como una forma de devolver el cariño, mientras recorre el pasto de la cancha de Macul. Se le ve emocionado por tanta devoción. La escena no corresponde al momento en que Colo Colo obtuvo la trigésimo tercera estrella de su abundante palmarés. Más precisamente, hay que situarla hace más de un año, en el primer partido que los albos disputaron en Macul después de haber pasado por el momento más angustioso de su historia. El 17 de febrero de 2021, el Cacique consiguió salvar su prestigio. En Talca había vencido a Universidad de Concepción, con esa carrera inolvidable de Pablo Solari que solo terminó cuando el balón traspuso la línea de sentencia del arco del Campanil. 96 años de existencia y de triunfos se ponían a resguardo. En el Maule, más que celebración, había alivio.
Gustavo Quinteros había llegado unos meses antes a la banca alba. En octubre de 2020, cuando la soga que rodeaba el cuello del Cacique comenzaba a apretar con más fuerza, la dirigencia activó el plan de emergencia y llamó al ex seleccionador de Bolivia y Ecuador para reemplazar a Gualberto Jara. En gran medida, porque su currículo garantizaba la solvencia que se necesitaba en ese angustioso momento. El fútbol chileno ya sabía de ello. Fue quien condujo a Universidad Católica al título de la inconclusa temporada 2019, un logro que también había elevado su figura a lo más alto en Las Condes. Sin embargo, apenas días después, el pedestal se rompió: el entrenador aceptó una propuesta del Xolos de Tijuana para proseguir su carrera en México. La experiencia no fue todo lo fructífera que esperaba. En San Carlos aún no lo perdonan.
Un viaje que partió en auto
Cuando Colo Colo lo llamó, el estratega tomó su automóvil y dejó Argentina. Con las fronteras aéreas cerradas, no tenía otra opción. Ya en Chile, tuvo que recomponer el desaguisado que había en el equipo albo, después de un año que había partido con Mario Salas en la banca y que con Jara no dio señales de recuperación. Tampoco es que consiguiera una versión fulgurante del equipo albo, pero al menos logró restablecer la confianza de un equipo que fecha a fecha se hundía en una dimensión insospechada e institucionalmente desconocida. A los tumbos, con goles de última hora, los albos llegaron a esa definición ante los penquistas.
Recién la temporada 2021 marcó con más claridad los lineamientos de su gestión. Quinteros asumió los costos y los riesgos de deshacerse de figuras emblemáticas. Partieron, por ejemplo, Esteban Paredes y Julio Barroso, éxodos que calaron profundo entre los aficionados, sobre todo en el caso del primero. Esa consideración no excluye al Almirante, solo diferencia la intensidad entre el cariño que le expresaban a ambos referentes. La señal era clara: el técnico buscaba rejuvenecer al plantel y, principalmente, redefinir los liderazgos en el vestuario, en el que los jóvenes a los que se había recurrido por emergencia comenzarían a tomar un mayor protagonismo que, igualmente, resultaría más fácil mantener a raya.
Colo Colo volvió a ver la luz. En septiembre, por ejemplo, volvió a levantar un trofeo, en un partido que terminaría por consagrar dos mitos: el de Pablo Solari como amuleto y el de Talca como tierra santa. En la final de la Copa Chile, venció a Everton. El impulso parecía decisivo para la recta final del año, sobre todo por esos meses se definiría el Campeonato. Sin embargo, el destino guardaba una decepción: la que se coronó fue la UC, que celebró por cuarta vez consecutiva el título del Campeonato Nacional. En el camino, hubo errores imperdonables que costaron caro, como las vulneraciones de protocolos relacionados con el control del Covid-19, que se tradujeron en considerables ausencias y, por ende, en la pérdida de valiosos puntos.
Una idea que funciona
2022 debía ser el año de la consagración. Con el resultado en la mano, es fácil afirmar que lo fue. Ya más empoderado, Quinteros no dudó en dar señales de autoridad. En Macul ya sabían, por ejemplo, de lo exigente e insistente que era a la ahora de pedir los refuerzos. Solapadamente, de hecho, hacían trascender la incomodidad. Lo había sido particularmente a la hora de llenar una posición clave: la de centrodelantero. La dirigencia le intentó dar en el gusto con el fichaje del venezolano Christian Santos, pero el paso de llanero solo da para calificarlo de anecdótico. Luego, el estratega fijaría otro objetivo: pidió a Juan Martín Lucero, quien no atravesaba un presente demasiado favorable en Vélez Sarsfield y atendió los consejos de Emiliano Amor, otra de las figuras claves en la reestructuración que había impulsado el entrenador, y aceptó la propuesta. Los resultados están a la vista: se transformó en uno de los arietes más productivos que han fichado los albos en el último tiempo.
El resto de la estructura ya estaba virtualmente armada. En la práctica, no hay hincha albo que no conozca la formación ni el sistema, aunque sí hay quienes discrepan en alguna elección específica. El nombre de Gabriel Costa es el que genera mayor reticencia, pero las estadísticas y, sobre todo, la opinión de Quinteros, terminan avalándolo. El peruano es un fijo en la oncena titular, ya sea como volante más adelantado o como extremo. También ha asumido la ejecución de los penales.
En el fondo, con Óscar Opazo y Gabriel Suazo como dueños de las bandas, la ausencia de Amor ha generado algunas dudas. También una certeza: la preponderancia de Maximiliano Falcón. La relación entre el charrúa y el técnico es, de hecho, una particularidad: nadie olvida el encontrón que ambos protagonizaron en el duelo ante Temuco, por la Copa Chile. Ambos aclararían que, luego del tirón de orejas, el incidente fue superado. Ahí reside, de todas formas, un factor importante: la relación entre Quinteros y sus jugadores es cordial, pero en ningún caso roza el amiguismo. Las distancia están claramente establecidas. El mediocampo se fortaleció con la presencia y experiencia de Esteban Pavez y se refrescó con la consolidación de Vicente Pizarro. En la delantera, la destellante actuación de Pablo Solari provocó un efecto contradictorio: su millonaria venta a River Plate y un enorme vacío que llenar. Quinteros, otra vez, se las tuvo que arreglar.
Mientras tuvo el plan original a mano, el Colo Colo de Quinteros brindó momentos que ilusionaron, sobre todo en la Copa Libertadores. Minutos de alto vuelo que hicieron pensar que podía ponerse a la altura de los mejores del continente. Sin embargo, entre la inconsistencia y la falta de un plantel más amplio, la esperanza se disipó y este torneo quedó más en el recuerdo por la decepción ante Fortaleza. En la Copa Sudamericana, sucedió algo parecido: después de una victoria en la ida ante Internacional, vino la goleada en Porto Alegre. Fin de la aventura. ¿La cara positiva de la medalla? Concentración absoluta en el torneo local. Ni la eliminación en la Copa Chile, a manos de Ñublense, generó algún dolor.