Urgente y rápido. Es necesario. Los arbitrajes no avanzan de la mano con la velocidad que lo hace el fútbol y su mega empresa económica. Fallar en una instancia de definición no solo es fallar a la expresión de la justicia, también es provocar inmensas pérdidas comerciales. La millonaria industria del balompié no puede tolerar más errores como el del juez turco Cuneyt Cakir y el esloveno Damir Skomina. El primero se comió una mano de Marcelo del porte mismo del Bernabéu y el segundo no cobró tres penales en favor de la Roma. Impresentable, escandaloso.
Tal vez el Liverpool y el Madrid llegan con muchos méritos a la gran final de Kiev, pero los malos arbitrajes provocan discusión y los salpican. Ofrecen argumentos para los que piensan que el Madrid siempre tiene ayudas referiles y alimentan a los romanos que piensan que con otro árbitro el milagro pudo haber estado más cerca.
Estas llaves buscando a los finalistas dejaron enormes dudas y acercaron la discusión respecto a la llegada del VAR. Ese sistema tecnológico (más un engendro que una ayuda) va a terminar imponiéndose ante la incapacidad de los jueces en esas instancias supremas. Lo que los árbitros no pueden hacer lo hará una máquina. Lamentable.
Pero muchos alientan esa opción disfrazando el argumento comercial con un pedido de justicia. Lastimosamente van sumando hechos que les dan la razón. Es increíble que Cakir no haya visto la mano de Marcelo, es una vergüenza que Skomina no sancionara una de las acciones de penal cometidas por el Liverpool.
En este lado del mundo las cosas no son muy diferentes. La Libertadores es un catálogo de errores referiles. Y el torneo nacional, lo mismo. Existe, eso sí, un enorme atenuante. Arbitrar en Sudamérica y en Chile es infinitamente más difícil que en Europa. Aquí los jugadores simulan, exageran y discuten todo. Tratar de impartir justicia es una verdadera hazaña.
Aquí hasta el VAR sería preso de la mala educación y deslealtad de los futbolistas que confunden viveza con trampa, sin saber que se están perjudicando a sí mismos. Atentan, con torpeza, al espectáculo que les permite ganar sus sueldos, olvidándose del público y buscando un resultado a cualquier costo. El fútbol mundial enfrenta una crisis en el arbitraje y los intentos de la FIFA parecen insuficientes ante muchos horrores arbitrales.
Es urgente encontrar un remedio, aunque no sea buscando equidad para los perjudicados, sino paridades financieras. A los dirigentes no les importa tanto la justicia, pero sí el dinero. Hoy un penal cuesta millones dólares y eso a la FIFA sí que le duele.