"Es que te lo digo, y para el Beto va a ser nuevo porque ni siquiera se lo he dicho a él: voy a convertirlo en campeón mundial. Lo voy a hacer". Quien habla es Pedro Heller (30). El que escucha atónito, ríe por unos segundos y luego le da la mano con fuerza, es su hermano Alberto (25). "Gracias, poh'. Te lo agradezco", responde emocionado ante una promesa inesperada, cuya ambición inquieta a cualquiera que la escucha.
Sin embargo, no hay mucho tiempo para camaradería ni amor entre hermanos. Los hijos de Carlos Heller, empresario y mandamás de Azul Azul, definen hoy quién se queda con el título del Rally Nacional en la categoría R5, la más importante del circuito. Se pelean el primer lugar, el honor y la gloria en una familia cuyo apellido ya es sinónimo de automovilismo.
"El hecho de estar peleando con Pedro el campeonato es algo que nos tiene a ambos muy contentos. Partimos hace muy poco en el Rally. Los competidores de la R5 llevan casi 10 años, o incluso más, compitiendo, y nosotros recién llevamos cuatro. Entonces, estar primero y segundo en la máxima categoría nos llena de orgullo, además de dejarnos en claro que fue correcta la decisión de comenzar a competir", señala Alberto. Su tenida para la ocasión es casual: polera negra, bermudas caqui y un prominente gorro que se quitó al entrar al remolque donde se realiza la entrevista. ¿Lentes de sol? Primordiales para protegerse del fuerte viento que sopla en Laguna de Carén, y que victimiza a todos con la tierra suelta del sector. "Si vuelvo a venir a esta hueá traeré antiparras", asegura con una sonrisa.
Pedro, unos cuantos centímetros por sobre su hermano, no parece diferir mucho en estilo. Los colores exhiben las mismas tonalidades y solo se destaca por vestir pantalón. A simple vista y con los lentes puestos resultan indistinguibles: "Si bien partimos en conjunto, al principio las carreras fueron un poquito diferentes. Siempre hemos sido bien parejos en cuanto a rendimiento. En 2015, cuando iniciamos, fue sorpresivo el rendimiento que tuvimos. Y para haber sido debutantes, la diferencia siempre se basó en lo aplicados que fuimos cuando empezamos. Es un orgullo inmenso que personifica todo lo profesional que hemos sido".
Con el pasar de los minutos, poco a poco las diferencias van saliendo a la luz. No solo en cuanto a la participación en la conversación, sino también en el comportamiento. Beto parece inquieto mientras su hermano mayor habla: le hace falta el celular. Realiza unos movimientos rápidos con los dedos, desbloquea, abre Instagram, desliza y apaga. Pedro, por el contrario, es quien lidera en el discurso y no cae en la tentación ni una sola vez.
¿Enfrentan la vida de la misma manera o sus caminos se separan? Como hermanos con pocos años de diferencia, pasado el umbral de los 15, la relación se estrechó. Mismos amigos, mismos gustos y, ahora, misma pasión. Incluso en temas valóricos, en cómo ven su propia existencia y la de los demás, existen más consensos que discrepancias. "Somos bien abiertos de pensamiento. La libertad debería ser más importante que cualquier cosa. Ojo, no el libertinaje. Soy un convencido en que las personas deben tener la libertad de tomar sus decisiones. En mi caso tengo amigos homosexuales, eso me da lo mismo, no tengo ningún problema con eso. Si quieren casarse, ¿por qué no? Y el aborto, si bien es sumamente complejo y debe ser tan difícil para quien le toca vivirlo, debe estar la posibilidad de elegir. La política no puede definir tu camino", expone Pedro, con seguridad.
Y Alberto complementa: "Venimos de una familia bien mezclada. La familia de mi papá es empresaria, pero por parte de mi mamá hay muchos artistas: cantantes de jazz, actores, actrices; entonces tenemos una visión mucho más amplia que la de otras personas".
Serán los años o la costumbre de escucharlo tanto, pero hay algo que Pedro ya superó y Alberto, pese a negarlo en un principio, todavía no. Es el estigma que recae sobre los hijos de hombres adinerados. Es el "hijito de papá" que escuece cuando joven y horada a la autoestima. En 2016 el mayor de los Heller señaló de tal caracterización: "Es una de las cosas que más me duele". Dos años después, parece no inquietarlo.
"Al principio me costaba, pero a día de hoy está la validación, y es objetiva. Autos comparables, mismas personas, resultados. No hay nada que venga desde otro lado. El automovilismo nos permitió desligarnos de esa imagen. Mi padre tiene una imagen muy fuerte, está en un medio muy expuesto, la gente cree que pasan cosas que no son, y es difícil, porque solo tú conoces la interna realmente. Pero esto es algo que se lo aprendí a él: si al acostarte puedes dormir sin problemas, estás haciendo las cosas bien. Si los hueones están haciendo las cosas mal, van a dormir mal. Nosotros vamos por el primer camino" se confiesa.
Alberto, no obstante, parece más tocado con el tema: "Al principio duele, pero trato de desligarme de eso, que me resbale. Trato de no calentarme la cabeza, siempre lo he manejado de buena manera. Como dice el Pedro: que hablen lo que quieran, que nosotros seguiremos haciendo las cosas humildemente, tanto en el automovilismo como en la vida. Lo que me apesta es que nos llamen de la élite".
Para los hermanos Heller, el automovilismo es innegablemente un deporte de élite, aunque ellos no se consideren parte de ella. "No andamos jugando golf con poleritas polo. ¡Si estos lentes son de bencinera!", exclama el líder de la clasificación, mientras exhibe sus gafas de sol. Y añade: "Es inevitable, pero somos outsiders en ese sentido".
Intentar dejar atrás el prejuicio como si de una persecución se tratase. Cada logro con el Team Joker es un derrape bien ejecutado, una curva bien tomada en la carrera contra el estigma. Pero de lo que no escapan es de los lazos con su padre. Con las empresas, con el dinero. Abrazan la ayuda que les otorgó apellidarse Heller, pero aclaran que la familia no los ayudó monetariamente.
"Hay que ser sincero, es un deporte elitista, no es accesible. Nos hemos podido financiar porque tenemos auspiciadores que creyeron en el proyecto, ya que lo vendimos bien, porque teníamos resultados que nos alababan. Es un deporte muy de nicho, difícil de llegar, pero también hay que ser ordenado, no basta con tener talento ni tener muñeca", explica Pedro, para luego aseverar que Eliseo Salazar, Carlo de Gavardo y Chaleco López llegaron al éxito de la misma manera en que ellos lo están haciendo.
Pero, ¿podrían haberse dedicado al rally si no fueran Heller? Al unísono, sin mediar duda alguna, responden afirmativamente. "Con el talento que tenemos sí podríamos, pero nos habría costado más, hay que reconocerlo", aclara Alberto. "Esos contactos fueron un impulso para lograr apoyo en la primera parte", reconoce Pedro.
La idea llegó cuando Beto tenía 20 años. Siempre fue amante de la combustión de los motores, del aceite y la velocidad. En el invierno de 2014 buscó de manera infructuosa la forma de convertirse en piloto profesional. Con responsabilidades universitarias a cuestas, terminó reparando en que sin el apoyo de su hermano mayor el proyecto jamás vería la luz. El plan estaba claro. "Para que la familia me autorizara tenía que convencer al Pedro, que más encima me decía 'pucha, quizás nunca vamos a estar a la altura'. Pero después de que lo logré, comenzamos juntos a conformar el equipo Joker".
La reticencia de Pedro era obvia. No existía experiencia previa con los autos y la relación más cercana que tenía con los motores era por su amor a los tractores -de hecho, le fascinan más que los autos de rally-. Ingeniero agrónomo titulado, el primogénito del presidente de la U se encargaba de la agrícola Ancali cuando la idea de su hermano llegó. "Ahí aparece este mocoso con el bichito, diciéndome que quiere ser piloto, que sabe que tiene ese fuego interno y que le va a demostrar a todo el mundo que puede ganar. Y le creí", cuenta.
Los resultados comenzaron a llegar desde el primer día. Pedro sumaba victorias y Alberto alcanzaba el podio. Las marcas empezaron a preguntar. Y ellos también, pero no de manera positiva. "No sabíamos si el auto era muy rápido o los hueones eran muy malos. Hasta llevamos el auto a los dínamos para revisarlo. No queríamos comenzar con una soberbia infundada. Al final, los resultados fueron mostrando que sí había talento, que sí había muñeca como para iniciar una carrera en esto", relata Pedro.
Una carrera que en la actualidad los tiene luchando por ser el monarca del rally nacional, pero que cualquiera que sea el resultado, ya impulsa al clan Heller como uno de los más importantes dentro del motosport chileno. "Antes era ver a un Rosselot, a un Israel, a un Ibarra; ahora el público nos puede meter dentro del saco y decir: 'y los Heller'", comenta Alberto. "Los resultados han demostrado que irrumpimos en un campeonato y ayudamos a que se profesionalizara un poco más, homologando lo que se hace afuera", complementa Pedro.
De lo que no pueden escapar es de la Universidad de Chile. La verdad es que tampoco quieren. "Hemos sido hinchas siempre. Apoyamos a nuestro papá incondicionalmente. Soy director de la U también, pasa piola", desclasifica Pedro. Y continúa: "Es un medio difícil, complicado, pero lo único que sé es que los compromisos que tomó los va a cumplir. Sacó a la U campeón dos veces, va a seguir logrando cosas y no va a descansar hasta lograrlo. Si es por hacer estadios o comprar Libertadores, pregúntale a cualquier jugador cuántas se han comprado. Las cosas cuestan cuando se hacen bien, y él duerme tranquilo en la noche".
Ahora Pedro tiene su propio compromiso que cumplir. Revelado al comienzo de esta pieza, quiere convertir a Beto en el campeón mundial de Rally. "Es una exclusiva. Sé que no voy a estar siempre en esto a diferencia de él. Me encanta, lo hago bien, pero si tengo que dejar de ser el profesional y aportar mi granito de arena, tengo que hacerlo correr en el mundo y sacarlo campeón. No sé cuánto nos vamos a demorar, pero llegará", manifiesta mientras golpea la mesa. "Grande, loco", le responde Beto con una sonrisa.