Hey, Harold
Otra vez al tendido cero con la muleta. Vamos, que recién vienen los primeros pases al natural. Ya habrá tiempo para la capa y la espada. El hombre no puede contra su naturaleza; digamos, el hombre que sí tiene una vocación. Y la tuya es en el ruedo, frente al miura furioso e impredecible, que nunca termina de embestir, llamado fútbol chileno. Alguna vez, hace no tantos años, después de recibir una dura cornada de los señores, te levantaste sangrando y ante los micrófonos dijiste que no volvías.
El castigo había sido durísimo, pero lo desolador, y eso solo lo entendiste un tiempo más tarde, cuando las heridas habían secado pero las costras todavía se sentían, que no lo viste venir. No, claro, avisado por la corte de alcahuetes que te celebraron todo y como eran lo que eran, meros sí, jefe pagados, ninguno fue capaz de desmarcarse y decirte que no era una corrida fácil, que, esta vez, el toro venía echando espumarajos por la boca y quería desmembrarte y convertirte en girones sobre la arena.
Sabías a lo que te enfrentabas y creíste que con tu estampa, tu sola presencia, bastaba para ganar la corrida antes de entrar a la plaza. Cómo no, si todos, especialmente los que se colgaban de tus hombros y repartían patadas e insultos a los que se acercaban con enmiendas o dudas, te cantaban como un mantra tu infalibilidad. Y tú, hombre al fin, lo creíste, te sentiste inmortal y mandaste a paseo, furioso, a los que se desviaron apenas una pulgada de tu camino. Pensaste que eras la verdad, que bastaba con desear algo para que ese algo fuera. Tú no negociabas, no te sentabas con nadie, no escuchabas sino palabras dulces e interesadas.
La caída fue dura. Creíste, con tanta razón como sin ella, que no se te reconocía lo que habías hecho. Ese fútbol chileno, que tomaste humillado en todas partes, con estadios cayéndose a pedazos, con un canal que transmitía lo mínimo y apenas entregaba limosnas a los clubes, y esa selección chilena que daba risa o pena, o ambas, cuando salía a la cancha. Y en pocos años lo cambiaste todo, o casi todo. Fue una revolución con todas sus letras. Lo de Bielsa, claro, pero también la red de estadios bicentenario o el salto de calidad del CDF, al que llevaste de una oreja a mejorar el servicio de quinta que entregaba.
Entonces te volviste ciego y sordo. No tuviste distancia de tu propia obra y de tu propio personaje. Y los que te rodeaban se sintieron un poco tú y actuaron con la misma soberbia. Pero como eran meros imitadores, sus actuaciones fueron aún más grotescas. La elección la tenías ganada por paliza, eso te contaron los besamanos, eso viste en las sombras de la caverna. Y de repente estabas en la pista tendido, perdido sin remedio. Tal vez, acabado para siempre. Porque tras la ANFP vino la FIFA. Y esa organización, igual que la Cosa Nostra, solo respeta el poder, el saber imponerlo y mantenerlo. Y te castigó por el pecado de no saber arreglar una simple elección entre 36 personas. Lo del email y el favor para tu cuñado fue una excusa cualquiera. Necesitaban pegarte una patada en el tujes para que escarmentaras.
Fue un largo camino que parecía sin retorno. Pero tu sombra siempre rondaba y los que te sacaron terminaron por dispararse a sus propios pies.
Y aquí estamos de nuevo. Viendo la luz al final del pasillo rumbo a la arena. Más viejo, más ponderado, más tranquilo tal vez. Con tus viejos enemigos disfrazados de bueyes mansos, pero siempre dispuestos a ponerse la aguda cornamenta otra vez y perforarte si fuese necesario. Ahí está Ruiz Tagle en Colo Colo, Segovia en Unión, las polillas del factoring revoloteando, buscando sus migajas. También hay nuevos actores, palos blancos que ponen la cara por los representantes y hoy manejan varios clubes. Esos son bravos.
Esta corrida no será tan espectacular como la anterior, de seguro menos sangrienta, menos escandalosa, pero tan difícil como siempre. No tengas dudas. Claro que, cuando uno nació para esto, no hay herida que duela ni hueso roto que valga. Se sale a pista y que venga el toro.
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