Fue en un café. Un simpático y tal vez cándido matrimonio se acercó para hablarme del Superclásico. Manuel y Anita María querían expresar sus sensaciones tras el partido de Colo Colo y la U. Simpatizantes del fútbol, pero no fanáticos, hacían hincapié en el escandaloso y pésimo dispositivo de seguridad observado durante el partido. Como la mayoría de las personas, su foco estaba en las graderías y no en la cancha.

Porque a diferencia de quienes trabajamos en esto, ellos todavía tienen capacidad de sorpresa ante tamaño despliegue de inseguridad y violencia surgida desde los tablones. No podían creer que en un país que se dice va en vías de desarrollo, los organizadores no sean capaces de realizar un espectáculo sin que los que asistan pongan en riesgo su integridad física y la de sus acompañantes. No entendían lo de las escaleras ocupadas, lo de los fuegos artificiales, las bengalas caídas en el campo de juego, los proyectiles, los lienzos obstaculizando la visual y amenazando con degollar a los rivales... Y por último, lo que menos podían comprender era que los dirigentes, en su histórico rol pasivo y cobarde, una vez más no tuvieran la valentía y decisión de condenar todo lo ocurrido.

Por el contrario, sus discursos fueron tibios y complacientes con un grupo de delincuentes que está matando el fútbol desde hace años y aún sigue impune. Se alegraban, eso sí, que por lo menos la Intendenta haya tenido una voz coherente y decidida ante la indignante situación vivida en el Monumental. Por lo menos estaba enojada, me decían, y ahora de seguro van a tomar medidas, agregaron con una cuota mayor de ingenuidad.

Los escuché empatizando, pero pensé lo que hace años pensamos en el ambiente: aquí no va a pasar nada. Como no ocurrió en el partido mismo, de hecho, donde el árbitro Bascuñán prefirió terminar el partido a como diera lugar sin importarle el nivel de riesgo con el que se estaba jugando.

¿Qué hubiera ocurrido, me pregunto, si la bengala que cayó cerca del banderín del córner hubiera aterrizado diez metros más a la izquierda, en plena tribuna cordillera, donde no había una sola escalera para evacuar? Se jugó a merced de los barristas, cuando ellos lo permitieron y en el momento que ellos quisieron. En el fútbol chileno hace mucho rato que es así.

Por eso, a la señora Anita María y don Manolo tuve que matarles la inocencia y decirles que todo va a continuar igual. La situación es cada vez peor y en los estadios del fútbol chileno casi no existe estado de derecho. Detrás de las barras hay algo mucho más profundo que ningún ciudadano común sospecha, les comenté. Me miraron con sorpresa y me dijeron: "Entonces no iremos más al estadio". Tienen razón, pensé.