Fue un viernes, el primer día de aquel septiembre de 1989. Y todo comenzó como una broma. Una que ahora, pensada 30 años después, parece insólita e imposible, pero que en esa época, con trampas irrisorias y descaradas, justificadas por un malentendido folclor del fútbol sudamericano, e inmersos en los últimos meses del régimen militar, era claramente una alternativa válida, incluso patriótica. O así lo pensó Roberto Rojas. Se convenció de que así lo era.

Orlando Aravena, el entrenador de aquella selección, durante el entrenamiento de ese viernes le dijo al Cóndor: "A la primera [agresión] allá, te das vueltas y nos vamos de la cancha".

Y es que Chile veía y adjetivaba el duelo ante Brasil como una "guerra", en la que se debía defender el orgullo de toda la nación. Clasificar a Italia 90 y, tanto o más importante, dejar al todopoderoso Brasil por primera vez afuera de un Mundial, era la consigna. Y en ese clima hostil, Jorge Aravena tomó en serio las palabras del Cabezón y le contestó: "No, profe. Jugando al fútbol les ganamos a los negros".

Compenetrados con la idea de conseguir una hazaña histórica, pero convencidos de que en Río de Janeiro todo estaría arreglado para que el local nuevamente clasificara, en Juan Pinto Durán todo lo que se hablaba estaba orientado a lo extradeportivo. Y ahí, la palabra "guerra" era entonada en casi cada alocución.

[caption id="attachment_805231" align="alignnone" width="805"]

Rojas, ayudando a elongar a Juan Carlos Letelier. Foto: Archivo Copesa[/caption]

La tensión se hizo parte de la Roja desde hacía semanas. El último golpe que sufrió la Selección fue el anuncio de renuncia de Sergio Stoppel a la presidencia de la ANFP, hecho público la misma semana del partido, y que tras el duelo del domingo se haría efectivo "independiente del resultado". Pero además, estaba el partido ante Brasil en el Estadio Nacional, del 13 de agosto. Ahí, ambos empataron a un gol (paradójicamente los dos chilenos), y donde Chile se valió de varias artimañas para enfrentar al Scratch.

La violencia de ese duelo fue total. Tanta, que en la cancha, Raúl Ormeño y Romário fueron expulsados antes de los 10 minutos; afuera, en cambio, naranjas, insultos y pedradas fueron lanzadas con euforia a los verdeamarillos.

Expedito Teixeira, padre de Ricardo, el presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol, murió de un infarto tras ese partido en Santiago, atribuido al clima hostil que se vivió en el Nacional.

Por ello, la Conmebol decidió castigar el recinto y, tomando una decisión inédita hasta ese momento, envió a la Roja a jugar ante Venezuela, por el grupo C, fuera de Chile, en el estadio Malvinas Argentinas de Mendoza. Con esos antecedentes, era de esperar que en el Maracaná se viviera un revanchismo potente. O así, al menos, lo creían los chilenos.

Con una ANFP descabezada, la Selección se tornó ingobernable. Los dos caudillos del equipo, Rojas y Fernando Astengo, eran quienes manejaban los hilos del camarín, ante un Aravena que intentaba imponerse en un vestidor cargado de experimentados. A las 17.30 del viernes 1 de septiembre, tras confirmarse las ausencias de Iván Zamorano y Hugo Rubio después de la negativa del Saint Gallen suizo, un partido amistoso ante la Sub 20 de Palestino -a puertas cerradas- fue la última actividad. Ese día, curiosamente, Aravena y el kinesiólogo Alejandro Kock, se movían juntos por Pinto Durán. Llegaron a salir del recinto sin que nadie se percatase.

Al día siguiente, a las 13.38 y después de una práctica matutina, Chile salió rumbo a aeropuerto Arturo Merino Benítez. Allá, como en toda la eliminatoria, los esperaba un avión chárter de la FACH, dispuesto por el propio Pinochet, quien además dispuso de otro para los fanáticos que viajasen a entregar apoyo.

La despedida fue el reflejo de todo lo que se esperaba para el partido, comparable solo con la bienvenida realizada a la Roja tras vencer a Paraguay en las eliminatorias a España 82. Con 12 mil personas en las calles y, aproximadamente, 500 autos acompañando al bus de la Selección, todo el tráfico vehicular de Santiago cambió por cuatro horas. El bus llegó a las 14.23 al aeropuerto. Hubo cánticos, carteles, esquinazos de cueca e incluso jugadores dirigiendo espontáneamente algunos ceacheí.

"Lo único que les prometemos es que por producto de un trabajo dentro de la cancha nosotros vamos a obtener algo importante", aseguró Rojas a Canal 13 a la llegada al aeropuerto, maquillando, como lo hizo durante los siguientes nueve meses, la trampa.

La Selección viajó tensa. Además de la hostilidad por el partido, la Roja se encontraba en plena pelea para establecer los premios por la posible clasificación mundialista. La confianza de que se conseguiría era gigante y, aunque hasta las últimas horas aún no había certezas, jugadores y dirigentes finalmente llegaron a acuerdo. Y ahí, el Cóndor, capitán y figura del equipo, era el negociador.

La otra tensión era más bien extradeportiva. "Viajamos con el cuchillo entre los dientes", rememora Patricio Yáñez. "Realmente creíamos que íbamos a una guerra, no a competir. Ganarle a Brasil era algo impensado, no porque nuestro equipo no tuviera la calidad, sino porque en aquella época ellos eran quienes controlaban el fútbol mundial". Y es que incluso la diplomacia de ambas naciones entró en juego, pues Chile solicitó a Brasil y a Conmebol extremar la seguridad. La propia ministra consejera de la embajada de Brasil, Heloisa Vilhena de Araujo, debió intervenir: "La guerra del fútbol no debe salir de la cancha". A las 15.26, despegaron rumbo al desafío.

Liderados por el presidente del COCh, Sergio Santander, Chile arribó a las 20.08 en Brasil. Allí, decenas de fanáticos brasileños los recibieron con ritos del macumba para invocar a la mala suerte. "Me regalaron un jarrón y el Cóndor me dijo que lo botara de inmediato, porque me traería mala suerte", recuerda Yáñez. Los pasaportes de todos los miembros de la delegación fueron retenidos hasta su salida.

Cuarenta kilómetros separan al aeropuerto internacional Galeao del hotel Atlantic Sul, donde se hospedó la Roja para el partido. Fue allí donde muchos concuerdan se orquestó la mayor vergüenza del deporte chileno. "Una persona me contó que la noche anterior se reunieron en una habitación para hablar de esto", aseguró Astengo, culpado por el propio Rojas como uno de los jugadores que concertaron la trampa (aunque luego él lo desmintió), a Mentiras Verdaderas de La Red.

El domingo, los 21 jugadores y el cuerpo técnico desayunaron a las 10.00. Dos horas después, salieron a caminar para destrabar un poco la cabeza, luego almorzaron. A las 14.00 se inició el viaje al Maracaná.

Chile llegó al estadio bajo fuertes medidas de seguridad. El operativo, finalmente, contempló la participación de 1.667 policías militares, 200 policías civiles y 500 soldados del regimiento 2 de Río de Janeiro. "Eran muchos. El camarín parecía una cárcel, porque tenía puertas de reja", recuerda Eduardo Mella, uno de los dos enviados especiales de La Tercera al partido. De las 157.900 entradas disponibles, se vendieron 131.156. Y aunque en Chile se creía que la guerra estaba desatada, en Río el clima era de absoluta normalidad.

[caption id="attachment_805234" align="alignnone" width="835"]

Alejandro Koch, dirigiendo el calentamiento de Rojas. Foto: Archivo Copesa[/caption]

Antes de iniciarse el partido, Rojas (que jugó con unos guantes que traía desde el hotel, y no los que tenía previsto el utilero de la Selección, Nelson Maldonado) se acercó a Eduardo Rocca-Couture, el comisario FIFA del encuentro, para hacerle sospechosas preguntas. "Rojas se acerca y me pregunta qué pasa si no hay garantías y me dice que si no las hay, no pueden salir a la cancha. Encontré absurda su pregunta, pero no le tomé importancia. Nunca imaginé que estaría relacionada con lo que pasó", comentó a La Tercera hace cinco años.

Y ya en el partido, Rojas se transformó una vez más en la figura. El golero del Sao Paulo, sondeado en esos momentos por el Real Madrid, evitó cuatro ocasiones claras de gol durante el primer tiempo. Insólitamente, lo hizo escondiendo parte de un cuchillo cartonero cubierto hasta la punta con huincha adhesiva. No fue un bisturí. La tenía guardada en el velcro del guante. Guantes que él mismo, según reconoció Maldonado a En La Mira en 2014, trajo desde casa. Esos guantes llevaban hecho un arreglo distinto, una costura especial donde guardar la navaja con la que se cortó. "Claramente, ahí había mano de mujer", aseguró el utilero. inculpado por Rojas como parte del complot.

Rojas dudó en continuar su plan. A los 49', después de una genialidad de Bebeto que permitió la entrada en diagonal de Careca, eludiendo a Héctor Puebla y Patricio Reyes para disparar abajo y cruzado, terminó convenciendo al Cóndor. Manoteó, pero su esfuerzo no bastó. Después del gol, Chile se adelantó, pero sin conseguir mucho. Aunque lo intentaron, a los 69' todo cambió. Una bengala, paradójicamente de marca Cóndor, cayó sobre el área chilena, sirviendo como excusa perfecta (o eso creyó Rojas) para dar inicio a la farsa. No sabía bien qué era, escuchó el grito de la gente tras su arco y se lanzó sobre ella. El resto ya es historia conocida. Los castigos también: Cóndor Rojas fue sancionado de por vida, al igual que el expresidente Sergio Stoppel y el médico Daniel Rodríguez. Orlando Aravena, el técnico, y el capitán Fernando Astengo, por cinco años. El kinesiólogo Alejandro Koch, por un año. La Selección, en tanto, fue borrada de las eliminatorias del Mundial de Estados Unidos 1994.

"Haz como que nunca me llamaste, como que nunca me preguntaste por esto". Así, el Cóndor responde ahora desde Sao Paulo para referirse al episodio más oscuro del deporte chileno. El corte sobre su ceja ya cicatrizó, pero la herida del Maracanazo aún sigue abierta.