Ignacio ya es mayor

Ignacio Saavedra

En apenas su séptimo partido como profesional, el joven volante de la UC jugó un clásico consagratorio. Fue el mejor del equipo ganador.



Ignacio Saavedra observa todos los rincones de San Carlos de Apoquindo. Respira, elonga un poco y clava su mirada en el pasto. Las pulsaciones están a mil, el clásico a punto de comenzar y Nacho, la promisoria figura de la UC que apenas jugará su séptimo partido como profesional, no se achica. Se le acerca Luciano Aued, una suerte de padrino y, a la vez, su socio en la mitad de la cancha. Luli le da instrucciones, lo arenga, lo calma. Le da la confianza necesaria y se funden en un abrazo. Saavedra está listo. Y la pelota comienza a rodar.

Quita una, acompaña en otra, reparte juego. El volante empieza a ser protagonista. Los aplausos comienzan a bajar cada vez que interviene. El hincha cruzado ya le reconoce su entrega y la identificación con los colores. Para Nacho también es un partido especial, toda vez que comenzó su proceso de formación en Colo Colo, pero lo terminó en Católica por una decisión familiar.

El clásico sigue su marcha y una vez que termine los números dirán que el seleccionado juvenil chileno, el tercer capitán de la Sub 20, fue el más efectivo de su equipo, con un 90,6% de pases acertados de los 32 que intentó. También revelarán que ganó diez duelos (cuatro de ellos aéreos), que realizó dos intercepciones, que se barrió exitosamente dos veces, que cometió cuatro faltas y que provocó tres llegadas de la UC.

Llega el momento del gol. Corren los 55 minutos de juego y Gamboa ya pitó el evidente penal de Zaldivia en contra de Sáez. Aued, el espejo de Saavedra, se dispone a patear. Nacho no quiere ver. ¿Cábala? ¿Nerviosismo? Quién sabe. Lo cierto es que el novel futbolista le da la espalda a la ejecución de Luli y solo se da cuenta de que es gol cuando escucha la explosión de los fanáticos. Sale a festejar con los suyos. Sabe que el clásico, y por qué no, la consecución del campeonato, se empieza a encaminar.

Y a pesar de que a sus 19 años es el segundo jugador cruzado más joven de todos los que están pisando el terreno de juego (el menor es César Munder, con 18), es el primero en pedir concentración a sus compañeros. Mira a Rebolledo, mira a Magnasco. Mira al propio Aued, su mentor. A todos les pide seguir atentos, al tiempo que lleva los dedos índices a su sien. Saavedra es eso. Es juego, es entrega y es liderazgo. Con más confianza, ya con 588 minutos como profesional, todo se va tornando un poco más conocido y pararse en la cancha se hace cada vez más natural para el jugador que tiene apenas 19 años, pero que juega como uno de mil batallas y que fue el mejor del clásico.

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