Lo que no te mata, te hace más fuerte. Una frase que bien puede extrapolarse a lo ocurrido con la Selección en el Arena Corinthians. Porque vaya que hubo pasajes en que Chile quedó agonizante en su duelo ante Colombia. Especialmente, tras las dos decisiones del VAR, que revirtió sendas decisiones del árbitro Pitana. Dos acciones que dejaron el grito de gol atragantado, como suele ocurrir desde que se instauró la tecnología hace un par de años. Dos momentos que bien pudieron facilitar el trabajo de la Roja en Sao Paulo, pero que resultaron abortados por polémicas decisiones de la cabina de asistencia. Era para quedar en la lona. Pero si algo tiene este grupo es que cuando la marea crece, más recursos tiene para sobrevivir.

Lejos de amilanarse o de quedarse pensando en una circunstancial injusticia en los cobros, el equipo volvió a demostrar su jerarquía en esta clase de competiciones. No por nada, en las últimas tres llegó como mínimo a la final. Y ahora, sin tanto brillo, pero con una gran organización de juego y un espíritu de lucha envidiable, ya se volvió a instalar entre los cuatro mejores del continente. De paso, convirtiéndose en el rival al que nadie quiere enfrentar.

Salvo en los inicios de ambos tiempos, cuando pareció quedar a merced del juego colombiano, Chile se encargó de borrar de la cancha a un rival que llegaba con el cartel de claro favorito, con rendimientos de alta factura. Y acá seguramente está el gran acierto de Rueda, porque dos de sus apuestas resultaron fundamentales: Pulgar y Maripán. Fue como si hubiesen recorrido todo este largo camino de la Generación Dorada, con una personalidad contagiosa. Nunca se achicaron en este escenario y le dieron una mano a los viejos guerreros, que venían pidiendo a gritos una mano de los actores secundarios.

¿Los penales? Solo un capítulo dorado para esta generación. Para enterrar definitivamente la maldición del 28 de junio. La Roja, de la mano de los viejos y también de los nuevos, otra vez quiere ser protagonista grande. Merecido lo tienen.