Nicolás Jarry tiene hambre. Mucha. Su trabajado y sobresaliente triunfo de ayer en la ronda de cuartos de final del ATP 250 de Sao Paulo sobre el español Albert Ramos (22°) así lo acredita.
Ante el mismo rival al que había derrotado hace poco más de una semana en Río de Janeiro; y por el mismo marcador con el que se había deshecho en la ronda previa de Guido Pella (salvando los parciales del tie break); el chileno volvió a demostrar que se encuentra en un momento de forma extraordinario, colándose en las semifinales de Brasil, donde hoy espera Horacio Zeballos.
A Jarry, prácticamente, no le ganan un solo punto. Los gana él o los regala. Es así su tenis. Así vive, así muere. Es una especie de todo o nada dentro de una cancha. ¿Una cuestión de juventud, de ansiedad? Seguro que sí. Es su apuesta, el riesgo que corre, que le gusta correr. Basta que una buena y dos malas se transformen en dos buenas y una mala para que la torre chilena se convierta en el dominador absoluto del compromiso.
Contra Ramos, el santiaguino sobrevivió en su ley. Con golpes planos, buscando las líneas del rectángulo, tomando la iniciativa sin dudarlo. Una versión similar del duelo que enfrentó a estas mismas raquetas hace una semana. El español, eso sí, aprendió la lección. Aprendió a respetar a Jarry, a esperar su error y a buscar su revés, el lado por donde más se equivoca.
En el primer set, el ibérico hizo jugar al representante nacional, cediéndole la iniciativa. Por cierto, con el servicio a su favor, es un hecho que el protagonismo del punto lo toma el nieto de Jaime Fillol, quien sólo una vez se vio amenazado por un quiebre. En el tercer juego, específicamente, donde remontó un 15-40. El problema es que el chileno tampoco inquietó el saque de su adversario. Y así se llegó al tie break.
Un desempate donde otra vez el juego se decidió por la escopeta de Jarry. A favor o en contra. Al blanco o absolutamente desmedido. Se lo quedó Ramos, por 8-6. Un premio a la paciencia, un cachetazo al ímpetu.
Como buena expresión de su juventud, sin embargo, el número uno del país olvidó rápidamente el tropiezo. Y como una máquina, un mono porfiado, entró a la segunda manga con la misma estrategia. Pegar primero y fuerte. Con la mano empuñada después de cada punto a favor, ofuscado con cada error. En el sexto juego, de hecho, mandó su raqueta al cielo, en su primera muestra real de frustración en el cotejo.
Un desahogo que sirvió, en todo caso, porque a partir de ahí tomó nuevamente aire y atacó con todo al español. En el noveno juego no perdonó sus primeros tres puntos de rompimiento y sacó la ventaja precisa para cerrar luego por 6-4. No sin sufrir, en todo caso, porque para avanzar al tercer parcial desperdició tres puntos de set y salvó cuatro puntos de quiebre. Un juego clave, de esos que eleva la moral. La remontada épica estaba ahí, al alcance de la mano.
El tercer set presentó a un Jarry mucho más agresivo, pero también más impreciso, que dilapidó dos bolas de break con 1-1 y que terminó perdiendo su servicio en el siguiente juego merced a una doble falta y tres errores no forzados. Pero con todo en contra, el Príncipe obró una nueva resurrección, quebrando en su primera tentativa y devolviendo la paridad al tanteador.
Rebasada ya la barrera de las dos horas y media de juego y no sin ciertas dificultades para conservar su servicio marchando 5-4 abajo, la primera raqueta nacional logró llevar el encuentro a un nuevo desempate. El decisivo. Y ahí el chileno volvió a transformarse en gigante. Elevó otra vez el nivel de su tenis y terminó cerrando con autoridad el partido en el tie break (7-3), agarrado a su potente saque.
Un triunfo extraordinario que permitirá al Príncipe encaramarse, al menos, al número 66 del circuito ATP. Hoy, a las 14.30, Nico enfrentará en semifinales al argentino Horacio Zeballos. Su techo parece cada día más alto.