Son las cuatro de la tarde en Pedreros y en el cierre de la semana más convulsa de los últimos tiempos para Colo Colo una atmósfera de tensa calma, de fingida tregua, domina el ambiente en el Estadio Monumental. A cuatro días del fin de la Era Mosa y dos después de la definitiva partida de Guede, la hinchada colocolina no parece tener del todo claro a quién increpar. Pero está molesta.
"No hubo una buena conducción de parte de Mosa, pero haber puesto a esta persona (Gabriel Ruiz Tagle) como presidente después de todo lo que ha pasado no es una buena señal. Este año va a ser un año perdido", vaticina, en conversación con La Tercera, Rodrigo Moya (39), hincha albo y abonado -precisa- "desde que empezó el sistema de abonados". En su rictus puede adivinarse el hastío. También en el de Javier (35), que reflexiona: "Colo Colo históricamente siempre se ha ocupado con fines políticos. Y Ruiz Tagle llega obviamente para limpiar su imagen por el tema de la colusión. Que una persona que estuvo metida en eso no esté preso y ahora venga a hacerse cargo del club, es una falta de respeto al colocolino. Es preocupante, es nefasto". "Yo creo que estos tipos no nos ven como hinchas, nos ven más como clientes", concluye al respecto, en la misma línea y desde el sector contiguo del estadio, Andrés Rojas (32). Hay opiniones para todos los gustos. Y también un abanico amplio de responsables.
A medida que se acerca el inicio del partido, el fervor futbolístico comienza a ganar espacio, pero por momentos se diría que existe más expectación en los accesos que conducen al palco de autoridades que en el túnel que desemboca en la cancha. Ruiz Tagle, que hizo su silencioso ingreso al estadio por una escondida escalinata anexa al placo, es el blanco principal de las hostilidades. También, aunque en menor medida, su predecesor en el cargo, Aníbal Mosa, que hace su entrada por la puerta principal al filo de las 5 y que es encarado por un puñado de fanáticos. "Qué bueno que te fuiste. Te 'robabai' la plata con Guede", le grita uno de ellos, aplaudiendo mientras vocifera. Pero el ex timonel, armado con su irónica sonrisa y refugiado tras sus oscuras lentes, explica a los medios: "Vengo como un hincha más después de todo el movimiento que hicieron cinco familias importantes para sacarme". Y aunque da la impresión de que la fanaticada no lo extrañará en exceso, también se respira la sensación de que su posición es hoy -ironías de la vida- más cómoda que la de su reemplazante en el puesto. Lienzos, grandes y chicos, con leyendas del tipo: "Ruiz Tagle, vengo por mis siete lucas" (en clara relación a su escándalo de colusión), o "fuera R-Tagle, ladrón", ubicado en el sector de Cordillera, inundan las tribunas.
El descontento es evidente, pero también el deseo de pasar página, de que la pelota se transforme al fin en analgésico, por más que del cielo de Macul, instantes antes de que salten a la cancha los protagonistas, lluevan panfletos con el rostro del nuevo timonel de ByN junto al mensaje: "Ladrón dirigente, tu sucio dinero mi sentimiento no puede comprar". Un gigantesco corpóreo del Cacique Colo Colo, sonriente, pone la nota de buen humor a una jornada en la que todo resulta, a fin de cuentas, extraño. Incluso la tercera indumentaria del conjunto albo, franjeada, que se presenta en sociedad. No cabe duda de que es un día de cambio, de ruptura con el pasado.
Pero cuando el confeti blanco anuncia la entrada de los jugadores a la cancha, la afición del cuadro popular se vuelca con su equipo. Agustín Salvatierra, con un polerón blanco colgado a la espalda, vive su particular tarde de gloria enfrentando los flashes de las cámaras, mientras Agustín Orión se ajusta su protector facial antes de la batalla. La hinchada colocolina anima ahora con la misma pasión con la que pedía la cabeza de Guede en Quillota, hace dos semanas. Y eso son buenas noticias para el equipo. Son 20.000 aficionados albos sobre un aforo permitido de 25.000.
El gol de Paredes, al filo del descanso, siembra por fin el delirio en el Monumental. La voracidad del delantero es, a estas alturas, lo único que resulta familiar en la tarde de Pedreros. El único elemento realmente costumbrista, rutinario. Y mientras en una de las cabinas del recinto, Héctor Tapia, el más que hipotético técnico entrante, comenta el encuentro desde las alturas dejándose querer al preguntarse, en voz alta "¿Quién no querría volver a su casa?", Jaime Vera, otro potencial candidato a la banca, pulula en compañía de Cristian Saavedra por los pasillos del Monumental.
El segundo tanto de Paredes, o el número 201 -como se prefiera- pone el broche a la fiesta alba. Entre cánticos de apoyo al equipo, el estadio comienza a vaciarse en la primera victoria de Colo Colo de la era post Guede, post Mosa. Pero en su camino hacia la puerta de salida un hincha albo hace añicos uno de los panfletos con la cara de Ruiz Tagle. El triunfo siempre amansa a las fieras pero todo apunta a que no le será fácil gobernar Macul.