Juvenal Olmos explica por qué Clavito Godoy nunca dirigió a un grande

El exseleccionador reconoce en el fallecido estratega a una de sus principales influencias. De hecho, recuerda una colaboración poco conocida en sus tiempos en la Roja. Junto con lamentar su partida, destaca sus principales méritos.
A Juvenal Olmos, la partida de Hernán Godoy lo marca tan profundamente como, según le dirá a El Deportivo, lo hizo su existencia. Antes de responder, casi a modo de acto reflejo, el exseleccionado envía las dos nostálgicas imágenes que ilustran esta nota. Son, evidentemente ochenteras. Pertenecen a uno de los viajes que, tradicionalmente, los cadetes cruzados realizaban a Croix, en Francia. Olmos era uno de los integrantes de la delegación que estaba a cargo de Ignacio Prieto y Alberto Fouillioux. Godoy apoyaba las tareas mientras desarrollaba un curso en el país gaño.
La estimación es profunda. Tanto que el actual comentarista deportivo no duda en que Clavito pudo, perfectamente, haber dirigido a un equipo grande del país, una oportunidad que nunca recibió. “Hay varios aspectos. Algunos más sensibles que otros. No siempre los técnicos más capacitados en lo táctico, en lo físico llegan a dirigir a un equipo grande. Muchas veces para dirigir a un equipo grande hay que tener un poco de suerte, que tu momento se cruce con un bajo momento o una búsqueda de entrenadores”, introduce, al reflexionar sobre las variables que pudieron haber influido en la indiferencia.
“Era un visionario”
La valoración que realiza Olmos prescinde de ese elemento que suele asociarse a la consagración. “Yo creo que el Clavo tácticamente, sobre todo en el mediocampo era visionario. Leía muy bien al contrario”, insiste. Sin embargo, tarda poco en encontrar una explicación. “Fue de una carrera en el fútbol muy confrontacional. Siempre fue muy de decir las cosas por su nombre y muchas veces eso aleja a los técnicos de los equipos grandes. Siempre estuvo para defender causas que consideraba importantes. No sé si un técnico tenga que pelear todas las batallas. Esto lo digo ahora, a mis 62 años. Yo también cometí ese error. En la Selección y en otras partes. Si había 10 problemas, yo quería afrontar los 10. Después, con el tiempo, aprendí que no. Que en la vida hay pelear que uno no tiene que dar. Que tiene que mirarlas cómo pasan, se alejan. Que no era necesario gastar tanta energía en cosas que no van a cambiar”, sostiene.
La descripción da paso a una metáfora. “El Clavito era como un Quijote en ese sentido. Siempre empujaba para el Colegio, que había que participar, que las generaciones jóvenes no participaban. Un tipo muy idealista, muy cariñoso. Me acuerdo que con Unión fuimos a jugar a Arica, donde estaba y nos fue a ver al camarín y saludó a todos. Fue muy idealista y crítico de nuestro fútbol y eso pasa la cuenta. En Chile no nos gusta eso”, sentencia.

El asistente encubierto
Olmos no olvida el aporte que Godoy significó desde el comienzo de su carrera, siempre con el mismo sello. “Hicimos un viaje a Croix con jugadores que después llegamos a Primera División, como el Pato Mardones, Carlos Morales, Pablo Yoma, Gastón Cid, Atilio Marchioni y muchos otros que terminaron sus carreras jugando en Primera. Ese equipo lo dirigía la dupla de Nacho Prieto y Tito Fouillioux y terminamos siendo campeones con un Clavo Godoy desatado al borde de la cancha, gritándonos como loco que siguiéramos corriendo”, evoca.
“El Clavo era un personaje muy extrovertido. Ninguno como él contando cuentos, anécdotas. Era un técnico cautivador, que en su momento también marcó una etapa importante de nuestro fútbol, de un fútbol aguerrido. Con Sulantay. Y con Santibáñez, el Nacho, o Tito marcaron mi adolescencia hacia el primer equipo. Fue un técnico importante. En los peaks de su carrera marcó tendencia con ese fútbol agresivo, rápido, de mucha disciplina, jerarquizando distintas posiciones. Fue un técnico muy táctico. No de palabras rebuscadas, como es hoy el fútbol, sino muy simple, muy gráfico, parecido a lo que pudieron ser el Cabezón Aravena o Nelson Acosta, que con una pizarra y dos o tres palabras te definían al rival y te decían ‘vas a jugar por este lado, vas a enfrentar a este personaje, estas son tus funciones’. Uno entraba a la cancha con mucha información táctica del rival y aspectos claros de la función que tenía que cumplir. En ese torneo, ayudó mucho al Tito y al Nacho. Incluso desde una parte invisible. Hizo ese curso en Francia y luego pudo aplicarlo en Chile”, rememora.
La vida le ofreció la posibilidad de volver a apoyarse en sus consejos. Esta vez, como técnico de la Selección. “Había dos personas que me ayudaban: el Clavo y el Negro Sulantay. De manera separada, no conjunta, porque como que no quería que uno influyera en el comentario del otro. Tácticamente, los dos eran superdotados”, reconoce, con admiración.
El trabajo era metódico. “Me entregaban una planillita, un dibujo. ‘Así juega este’. El Negro más en su sistema de presión y el Clavo en anular las virtudes del contrario. Ambos tenían una visión del mismo partido o rival de manera diferente, donde, sobre todo en los partidos importantes, hacían sugerencias que, de alguna manera, ayudaban al bloque defensivo de la Selección y a anular y atacar al rival en distintas zonas. Yo siempre valoré mucho sus aportes”, concluye.
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