Ligeramente rebasadas las 18.30 horas, apenas 24 después de colgarse la presea dorada en los 400 y ante la atenta mirada de un centro acuático absolutamente atestado, Kristel Köbrich se lanzó a la piscina por la calle número cuatro. No lo hizo sólo para ganar, sino para volver a escribir su nombre en los anales de los Juegos Sudamericanos, una de sus competencias fetiche, y para continuar alargando su leyenda dentro de la historia natación chilena.
Si ya en la prueba de 400, una distancia en la que no se siente tan cómoda Kristel -una fondista nata- había logrado imponerse con autoridad al resto de competidoras, la exhibición de la santiaguina en los 800 metros libres resultaba poco menos que previsible. Pero nadie podía imaginar una autoridad tan aplastante para colgarse su séptima presea dorada en unos Juegos Odesur (la decimoquinta de cualquier metal), y para entregar al Team Chile su noveno oro en el presente certamen.
La nadadora de 32 años dominó la prueba de principio a fin. Se puso por delante con una buena salida, escoltada por la ecuatoriana Arévalo y la brasileña Pimentel, que nadaban por las calles adyacentes, y no tardó demasiado en comenzar a apoderarse de la final. Arévalo, la única capaz de hacerle sombra, aguantó mientras pudo, pero a medida que las brazadas de Köbrich comenzaron a hacerse más cadenciosas, más poderosas y estables, su adversaria empezó a desinflarse. Al paso por el primer hectómetro, Samantha Arévalo, que había sido capaz de nadar tan solo un segundo por debajo de la chilena en las clasificatorias, sencillamente desistió.
Kristel, que se había metido en la final con un crono de 8'34"20, puso entonces velocidad de crucero sobre la piscina y comenzó a disfrutar. A eso había venido también a Cochabamba. Con la chilena imprimiendo un ritmo incapaz de soportar para el resto, la ecuatoriana se afianzó en la segunda plaza y el público asistente cayó por fin en la cuenta de que ya nadie podría evitar el triunfo.
El silencio se apoderó por momentos de una tribuna que asistía perpleja a un ejercicio de autoridad mayúsculo y que no recuperó el aliento y la voz hasta que sonó la campana que indicaba el paso de la heptacampeona continental por los últimos 100 metros. Y si no hubo más sorpresas fue, probablemente, porque lo más sorprendente de todo ya había sucedido hacía varias vueltas, es decir, la constatación de su abrumadora superioridad.
Tras recorrer prácticamente en solitario la última piscina, Köbrich terminó por detener el cronómetro en 8'47"52, una marca más bien discreta en términos numéricos, pero casi 13 segundos más veloz que la ecuatoriana Arévalo, plata, y la brasileña Pimentel, bronce. "Orgullosa de poder sumar otro oro para Chile. Estoy muy contenta, y vamos a ver cómo nos recuperamos para poder hacer un 200 distinto", manifestó la nadadora tras la premiación. Y después agregó, en relación a su vasto y brillante currículum Odesur: "Es un orgullo y un honor, nada más, no pienso en las medallas. Si son los quintos juegos, los cuartos o los terceros, es algo anecdótico. Lo importante es poder seguir haciendo lo que me gusta. Todas las medallas son especiales, siempre hay algo nuevo que aprender y poder representar a mi país es algo impagable".
Tras la exhibición de la multicampeona en sus quintos Juegos Odesur, saltaron a la piscina del Centro Acuático de Cochabamba dos chilenos más para tomar parte en finales; Gabriel Araya (séptimo clasificado en 200 metros mariposa con un tiempo de 2'10''57) y la jovencísima y prometedora Trinidad Ardiles, que con sólo 15 años logró firmar un brillante cuarto puesto en los 200 espalda con un crono de 2'27''01. La sucesora natural, tal vez, de una leyenda que no está dispuesta a apagarse.