La camiseta de Alexis
Soy uno de los que quiere la camiseta de Alexis Sánchez. Verla colgada en una tienda ha despertado en mí lo mismo que puede provocar en un sibarita unos fetuccini a la putanesca o un pastel de choclos o unos camarones al pil pil. A diferencia de lo que pudo ocurrir con la camiseta del Arsenal, la del Manchester United tiene una impronta diferente. Es el club con más historia y títulos de la Premier League, en el que brillaron jugadores como George Best, Éric Cantona, Ryan Giggs, David Beckham, Bobby Charlton y Wayne Rooney. Vestirla es, de alguna manera, pasar a ser parte de esa tradición. Hacerse hincha del United a estas alturas puede sonar oportunista, caprichoso y antojadizo. Ciertamente lo es. Sin embargo, cómo seguir los partidos de Alexis sin que el corazón se tiña, aunque sea un poquito, con el rojo del United.
Pero siendo honesto, más que la historia del United, lo que cautiva de esa camiseta roja con el número 7 en la espalda es su condición de objeto en sí mismo, lo que ella es en cuanto a diseño, forma, color. Desde pequeño, las camisetas han generado en mí un deslumbramiento mayor. Siempre me ha gustado mirarlas, anhelarlas, tenerlas. Entrar en el universo de las camisetas de los clubes de fútbol es ingresar a un mundo infinito de posibilidades y derivaciones.
De los días de la infancia recuerdo lo distinto que era jugar con una polera común y corriente a hacerlo con una camiseta de la selección alemana o la verdeamarela de Brasil. No era fácil hacerse de una en aquellos días. Lucirla era un privilegio que pocos podían tener. Pero si por esas casualidades de la vida te llegaba alguna de regalo, el imaginario infantil obligaba a creer que algo de los grandes jugadores que habían vestido esas camisetas -Beckenbauer, Müller, Garrincha, Pelé, Rivelinho- era transferido a quien las usara, sin importar que el talento fuera una virtud ajena para el afortunado de turno.
Con el correr del tiempo, traté de que mis hijos ingresaran a ese universo. Aproveché los viajes que hice como reportero para traerles camisetas de diferentes clubes con el fin de que pudieran sentir algo parecido a lo que yo había vivido. Con menos de cuatro años era usual verlos con las camisetas de la Lazio, Bayern Múnich, Flamengo, Vasco de Gama o Boca Juniors. Diría que en esos días eran sus prendas regalonas. Pero algo no funcionó del todo bien, porque cuando crecieron el fútbol dejó de interesarles y cualquier afición por las camisetas deportivas quedó relegado a esos primeros años, casi como un pecado de infancia.
A diferencia de ellos, yo continué haciéndome de algunas. Nunca fui un coleccionista ni nada parecido, pero guardo con especial afecto hasta el día de hoy una del club salvadoreño Luis Ángel Firpo -que me regaló el técnico chileno Julio Escobar, luego de ser campeón en El Salvador-; otra de la selección de Argentina -la misma que utilizó en la Copa del Mundo de Sudáfrica 2010, obsequio de Alfredo Asfura-, y una tercera que tiene una carga emocional importante, ya que es del equipo de la Escuela de Periodismo de la UC que integré en los '80, el Limón Mecánico -amarilla y blanca, es de mis favoritas, a pesar de ser de un material de dudosa calidad, casi inflamable-. Da la casualidad que lleva la siete en la espalda. De seguro se llevará bien con la del United.
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