Su vida terminará este año. No es un estricto pronóstico médico. Es una decisión personal y que ha expresado hace ya largo tiempo, desde 2008. La atleta paralímpica Marieke Vervoort (38 años) sufre la desgracia de una enfermedad degenerativa, pero goza de una libertad desconocida para la inmensa mayoría de las personas: puede poner fin anticipado a su vida por medio de la eutanasia, procedimiento que sólo permiten su país, Bélgica; los vecinos de Luxemburgo y Holanda; Suiza y Colombia, y algunos estados de Estados Unidos.

Siempre con matices, en todo caso: pues en el caso helvético se trata de la figura de "suicidio asistido", en el que sólo el paciente interviene en el procedimiento, luego de recibir instrucciones del personal médico. Los colombianos, en tanto, han pasado por una serie de debates posteriores a su aprobación legal, hace dos años, y son muy pocos los casos que han llegado a término, sobre todo por las aprensiones morales y religiosas del personal de salud.

Así, el caso de Vervoort impactó a sus compatriotas no por recurrir a un procedimiento aceptado y normado, sino por el hecho de ser una deportista que, como sucede en el ámbito paralímpico, es capaz de sobreponerse a obstáculos inimaginables para desarrollar su pasión por la actividad física, por competir y ganar.

"No quiero sufrir más, esto es muy difícil para mí. Cada día me deprimo más y más. Nunca tuve estos sentimientos, pero no puedo más. Lloro cada noche. Estoy llorando más que nunca", explicó hace dos semanas en una entrevista concedida al diario inglés The Telegraph, en una habitación del Hospital de la Universidad de Bruselas, donde se encuentra internada hace 10 meses.

No hacía mucho, en los Juegos Paralímpicos de Río 2016, se había quedado con la medalla de plata en la carrera de 400 metros en silla de ruedas y con un bronce en la de 100 metros. En Londres 2012 ya se había subido dos veces al podio: oro en el hectómetro y plata en los 200.

Desde antes, sin embargo, ella había tomado la decisión de acortar, pues sabía que la enfermedad que sufre es tan irreversible como dolorosa: afecta progresivamente a su movilidad y finalmente terminará produciéndole una tetraplejia absoluta, acompañada, además, por ceguera.

"Ahora hasta mi vista está desapareciendo. Un oftalmólogo me vio y me dijo que me quedaba un 20% de visión en un ojo y sólo 10% en el otro. Él me dijo que nada se podía hacer, porque el problema venía de mi cerebro. Entonces una neuróloga estuvo conmigo una noche entera mientras yo sufría un espasmo tras otro. Ella dijo que no era una situación de epilepsia, sino que era mi cuerpo gritando: 'Es demasiado dolor, no puedo más'", explicó al periodista Oliver Brown.

Luego de su deceso, que será asistido por el doctor Wim Distelmans, presidente de la Comisión Federal de Eutanasia, dejará como legado su perro Zeen y un libro autobiográfico, El otro lado de la moneda, que sólo fue editado el año pasado.

Vervoort, además, habla claro sobre lo que cree. Y, por eso, sus funerales no incluirán iglesias ni ceremonias religiosas: "Si hay un Dios, debe ser un mal tipo para castigarme de esta manera".

En Chile, un deportista paralímpico más que destacado, como el nadador Alberto Abarza (31), conoce este caso. El mejor del mundo en su categoría en 2017, distinguido por el Comité Olímpico de Chile y por el Círculo de Periodistas Deportivos, Héroe del Deporte en 2016, se refiere a la situación desde una perspectiva tan personal como diferente.

"Si esto fuera un partido de fútbol, yo estaría jugando el minuto 93, pero seguiré activo y vivo mientras pueda. Ni por un segundo pensaría en la eutanasia; todos dicen que hay que ser muy valiente o muy cobarde para suicidarse, pero eso depende de cada uno. A ella no la juzgo, no conozco cómo ha sido su vida, que le ha sucedido como persona", explica este ejecutivo del área telecanal del banco BCI.

Abarza, cuyos planes incluyen llegar a competir en Tokio 2020, dice: "Le tengo un miedo terrible a la muerte, porque tengo muchas razones para vivir. Está mi hija (Becciée) como principal motivación; tengo a mis tres hermanos, mis amigos, mucha gente que está a mi lado, que me alienta".

Abarza está afectado por Charcot-Marie-Tooth, una enfermedad degenerativa progresiva e irreversible. "Sé que terminaré postrado en cama, sin poder moverme, pero eso no me quita las ganas de hacer ahora todo lo que puedo y quiero. Tanto, que me compré un auto, lo adapté y aprendí a manejarlo. Con mi hija nos vamos al cine o a la playa por un día; ella, con siete años, sabe bajar la silla, armarla y desarmarla. La gente se asombra cuando nos ve bajar solos del auto... ¿Cómo no voy a tener ganas de vivir?".

En Chile también se ha producido el caso de Macarena Cabrillana (25). Víctima de una depresión adolescente, intentó suicidarse lanzándose de un quinto piso.

Desde entonces, una silla de ruedas es su compañera. Así, a los 16 años, conoció el tenis paralímpico (en 2017 llegó al 16ª del ITF) y sumó razones para vivir. Casi como el libro de Vervoort, la otra cara de la moneda.