Las hélices de tres helicópteros retumban en el centro de São Paulo. Cada uno de los aparatos viaja a unos quinientos metros del otro. No se trata de un desfile militar o de algún acontecimiento único, sino todo lo contrario: es una escena normal, demasiado común en el día a día de una de las ciudades más pobladas del mundo, donde llegar por tierra desde el punto A al B, por muy cerca que se encuentren, resulta una odisea.

El colapso vial es tan profundo en esta gran metrópolis de más de 20 millones de habitantes que estas naves se transformaron en una verdadera necesidad. Claro, para quienes puedan costear un viaje de similares características. Son más de los que uno podría imaginarse, en todo caso, ya que en el motor financiero de Brasil los millonarios abundan.

El nivel del tráfico es tal que incluso hay aplicaciones para solicitar un viaje en helicóptero. Y mientras los que pueden llenan de hélices el cielo paulista, los conductores de automóviles luchan por los escasos estacionamientos disponibles. Sin ir más lejos, dejar el auto aparcado cerca del estadio Morumbí, donde jugó Brasil frente a Bolivia, costaba 100 reales, es decir, unos 18.500 pesos chilenos.

Ver a los helicópteros pasearse como si nada en São Paulo, unos tan cerca de otros, y a cada momento, a estas alturas solo le llama la atención a los turistas.