Cada cierto tiempo un grupo de jugadores, apoyados en su trayectoria, fama y algunos resultados, termina adueñándose de la selección chilena. Ven un liderazgo débil en la ANFP o en la banca, y se toman el poder creyéndose más importantes que el equipo. Casi siempre, con nefastas consecuencias. Pasó en 1966, 1982, 1989, 2001, 2007 y está pasando una vez más.

La diferencia en la crisis de hoy radica en que los jugadores, los famosos referentes, ya no son simples jugadores de la liga local o buenos elementos en un par de equipos europeos. Se trata de estrellas globales, multimillonarias, cuyas fortunas, redes, influencias y poder superan por paliza a los actuales dirigentes (si es que estos últimos tienen alguno). Y esos dirigentes, se supone, están más arriba en el escalafón de poder del fútbol chileno.

El duelo de egos en Pinto Durán terminó por provocar la fractura. La misma que se fue construyendo lenta pero inexorablemente y que se mantuvo por años bien escondida por los resultados. Con dos mundiales jugados y dos Copa América ganadas, cualquier lío interno pasó sin ser visto. Y quienes lo advirtieron prefirieron callar con sabiduría, resultaba de mal gusto hablar de indisciplina, divismos y despelotes en medio de los festejos. Hasta la ex presidenta Bachelet salió al rescate de Arturo Vidal el 2015 cuando chocó borracho en medio de la Copa América. Ganar lo era todo. La consigna era "en otro momento lo analizamos".

Y llegó el otro momento. El cenit de rendimiento, al menos en la Selección, pasó hace varios años y los resultados, lo mismo que la calidad del juego, fueron cada vez peores. Entonces sí, todo eso que fue irrelevante porque ganar era lo único que importaba, comenzó a emerger. Hoy nos encontramos con que ese núcleo de jugadores que tantas cosas obtuvo, para la Selección y para ellos mismos, no se soportan, y son incapaces de compartir una mesa, un camarín y un equipo.

Y en el medio Reinaldo Rueda. Con mucho oficio, mucha experiencia, mucho prestigio, pero sin ascendente sobre las estrellas. Sampaoli lo advirtió bajo cuerda hace algunos años y salió apretando cachete. El colombiano no quiso juntar agua con aceite y dejó afuera a Claudio Bravo y Marcelo Díaz. Casi se podría decir que fue una estrategia de supervivencia. Tenía que elegir y eligió. Otro entrenador, más arriesgado y más validado por el medio, los llama a todos, los encierra en el camarín y que arreglen sus diferencias a palos. Hay que armar un equipo y se necesita poner a los mejores.

Lamentablemente no se ve un liderazgo firme en la ANFP que patee la mesa y llame a terreno a los divos. Que Rueda se arregle solo con el despelote. Ahora solo queda esperar que la memoria y el piloto automático de este equipo haga su trabajo en la Copa América. Pero, pase lo que pase en Brasil, el daño ya está hecho. Como dicen en Argentina, es una grieta.