Sin desafíos internacionales en el horizonte, el mercado de pases este invierno fue de una austeridad que ni en los tiempos de mayor ajuste, Reinaldo Sánchez o el inefable Rolando Molina, se veía. Los que pelean en la parte alta de la tabla saben que, incluso perdiendo un par de piezas importantes, como Colo Colo con Pavez, les sobra largo para pelear el título. Pese a todos los mensajes, directos o indirectos, que ha lanzado Quinteros a través de los medios, en Católica jamás ha estado en los planes traer un volante de marca. En el cálculo frío de los dirigentes es que con Saavedra, Aued, Fuentes, Carreño y Lobos, más algún juvenil, el técnico se las puede arreglar. En el contexto local, la UC chorrea hombres en el mediocampo.

Interesante es el caso de la U. El cambio de Torres por Riquelme, solo se explica por el paladar de Arias. El panameño habrá tenido un mal semestre, como todo el equipo, pero es seleccionado de su país y por algo lo levantó Independiente del Valle. Donde, además, la embocó de entrada. Riquelme es un correcto delantero con buena campaña de Palestino, mal en Audax y goleador en Bolivia. Es decir, un refuerzo, para un equipo grande, a tono con la actualidad del fútbol chileno.

Es muy evidente: Palestino pierde a Jiménez, Curicó a Quiroga, O'Higgins a Salas... Todos jugadores fundamentales en sus respectivos equipos. Y no hay cómo reemplazarlos. Lo de Salas es curioso, el propio entrenador celeste, Marco Antonio Figueroa, anunció con fanfarria que el jugador se iba al Necaxa. Y el anuncio fue en tono de gran noticia. Cuando es todo lo contrario: el Fantasma se queda sin su mejor jugador y goleador.

Salvo Unión La Calera, que tiene su propio esquema de negocios, por decirlo de alguna manera, el fútbol chileno no tiene cómo aguantar las ofertas del extranjero por sus jugadores. Y estamos hablando de cualquier oferta, de cualquier equipo, de cualquier país. No solo el fútbol mexicano, que primero compra y después pregunta; Ecuador, Paraguay o un chico de Argentina te levantan un jugador importante sin hacer demasiado esfuerzo.

Se puede acusar a los dirigentes, o inversores en el caso del fútbol chileno, de cortoplacistas, de apostar a los próximos seis meses y después se verá. La acusación tiene una parte verdadera y otra falsa. La verdadera es que es solo se piensa en pelear a nivel local y cuando vienen las copas internacionales con suerte se pasa una ronda. Si se llega un poco más lejos, el logro se exhibe como la Champions y los jugadores andan tapando bocas. La parte falsa es que gran parte del presupuesto de los equipos se lo gastaron en veteranos, grandes jugadores, pero que ya no están para competir en la Sudamericana y menos en la Libertadores. Quienes manejan los clubes aprendieron dolorosamente la lección: mucho cartel, identificación y amor a la camiseta. Pero los jugadores más caros no pueden ser los que están al borde del retiro.