El lenguaje le jugó una mala pasada al presidente de la ANFP Pablo Milad. Donde dijo “espejismo” para referirse a la generación dorada del fútbol chileno, seguramente quiso decir “oasis”. Ambos están en el desierto y cuando se vislumbran a la distancia llenan de esperanza a los integrantes de la caravana. La diferencia estriba que el espejismo es una mera ilusión óptica y el oasis es real, concreto, hay agua para beber, dátiles para comer y sombra para descansar.
La generación dorada existió, el fútbol chileno se refugió en ella, bebió y comió de sus frutos. Por lo tanto, fue un oasis. Pero su existencia se fue desvaneciendo con los años y está muy cerca de desaparecer por completo, lo que la acerca al espejismo. Ahora, viendo las cosas en retrospectiva, no puede ser catalogada de un mero hecho casual, de una suerte de alineación planetaria que por ventura puso a seis o siete jugadores de gran nivel competitivo, un par, Arturo Vidal y Alexis Sánchez, en la élite del fútbol mundial ¿Fue así? ¿Iba el fútbol chileno caminando distraídamente por los años dos mil, se tropezó y cayó sobre un plantel sobresaliente sin saber de dónde vino? Por supuesto que no. Nada es casualidad.
Chile clasificó a tres de cuatro mundiales Sub 20 entre el 2000 y el 2010: 2001, 2005 y 2007. En 1999 estuvo muy cerca de clasificar y un conflicto de liderazgos al interior del equipo (David Pizarro vs. Nicolás Córdova), malogró un equipo plagado de buenos jugadores. Pensando sólo en elementos que jugaron mundiales adultos, del 2001 que jugó el Mundial Sub 20 de Argentina, el equipo de las lucecitas rojas, salieron jugadores como Jhonny Herrera, Ismael Fuentes y Rodrigo Millar, no llegando a descollar en la selección hombres de gran nivel como Jaime Valdés y Hugo Droguett; del 2003, que tuvo una mala actuación en el sudamericano de Uruguay, llegaron Jorge Valdivia, Mauricio Pinilla, Marco Estrada Mark González y Claudio Bravo, no consolidándose del todo en la Roja Luis Jiménez, Eduardo Rubio y Gonzalo Fierro; del 2005, que fue al Mundial de Holanda, llegaron Matías Fernández, Marcelo Díaz, Gonzalo Jara, Luis Pedro Figueroa, Carlos Carmona y José Pedro Fuenzalida y alternaron en la selección adulta Pedro Morales, Carlos Villanueva, Juan Gonzalo Lorca y Fernando Meneses; de Canadá 2007 llegaron Mauricio Isla, Gary Medel, Arturo Vidal, Carlos Carmona otra vez y Alexis Sánchez, y se mantuvieron cerca de Juan Pinto Durán Cristhoper Toselli y Hans Martínez.
Desde la Sub 20 que fracasó con estrépito en el sudamericano de Venezuela el 2009 hasta la que fue local en Rancagua el 2019 no aparecieron jugadores desequilibrantes o titulares indiscutidos. Podemos nombrar a Nicolás Castillo, Bryan Cortés, Felipe Mora, Valber Huerta, Gabriel Suazo, Lucas Alarcón, Diego Valencia… ninguno que, hasta el momento, pueda hacerle sombra a sus ilustres antecesores. Sólo acompañar.
Entonces, en diez años el fútbol chileno produjo casi veinte jugadores de nivel mundialista y en los diez siguientes, ninguno. Esto no es casualidad ni producto de una alucinación en el desierto. Algo se empezó a hacer muy mal a nivel de divisiones cadetes, a la vez que la calidad de los jóvenes futbolistas chilenos, así como las presiones de su entorno, terminaron por malograr cualquier prospecto. A esto sumemos la distorsión de los representantes y el hecho de querer jugar en Europa antes que en Primera División y ser millonarios antes de tener un primer sueldo. Los bueyes están detrás de la carreta hace mucho rato.
Por lo mismo, no es sorpresivo que la aparición más relevante de la selección chilena en diez años, Ben Brereton, sea inglés y no tenga ninguna relación con nuestro país, menos con sus estructuras formativas, salvo su madre.