Fue una semana negra para el fútbol chileno y no por lo que ocurrió en la cancha. En la Sudamericana, Everton, Antofagasta y Unión La Calera lograron buenos resultados y se mantienen en carrera, sobre todo, el cuadro cementero; tampoco es catastrófico lo que hicieron Colo Colo y Universidad Católica en la Libertadores contra River Plate y Flamengo respectivamente: jugaron con una intensidad y aplicación muy por sobre la liga local y dieron buenos espectáculos. Perdieron, claro, pero en los detalles, como dijo Gustavo Quinteros, a este nivel es donde los equipos grandes del continente te marcan la diferencia. Un balón mal controlado, una falla defensiva, un titubeo, y a buscarla a las mallas.
La oscuridad estuvo, como se viene repitiendo y profundizando, en lo externo: la organización, el desborde y la violencia que se ha tomado el fútbol chileno. No quiero perder tiempo con los teóricos impostores que inflan, celebran y tienen espasmos de placer con las barrasbravas. El terraplanismo social no merece ser refutado. Es un animal enfermo mental que se engulle a sí mismo. Vamos a lo concreto, a los hechos lamentables que deben poner al fútbol chileno en alerta, porque de no hacer algo de fondo, aunque sea doloroso, terminará por arruinar la actividad.
Comienzo por el naufragio organizativo de Colo Colo el miércoles. Los famosos “reventones” de los accesos vienen sucediendo desde la primera fecha y se han ido intensificando, ampliando y sofisticando en su organización. Y en la medida en que son exitosos, más gente se suma a esta “fiesta” de entrar a la fuerza, llevándose por delante a todo el mundo, golpeando a quien se cruce y saqueando al pobre comerciante que tuvo la mala suerte de estar ahí. Contra River Plate hubo turbas organizadas y coordinadas que atacaron distintas puertas y en la mayoría de los casos lograron su objetivo: entrar sin pagar. Los perjudicados directos fueron los que habían aguantado horas de “fila virtual” y que quedaron afuera del partido con boleto en la mano. Si es que no se comieron un mangazo a la pasada.
La violencia del miércoles, como la del jueves en San Carlos de Apoquindo, ya no puede ser atribuida graciosamente a la explicación multiuso de “una respuesta a la violencia del estado”. Esto es otra cosa, es el triunfo absoluto de la turba, el desborde y la impunidad. Los miles que reventaron las puertas del Monumental iban celebrando, felices, dichosos, viviendo una verdadera “fiesta” de la negación de la convivencia, la destrucción de la comunidad y el respeto a las instituciones. No era la tan manoseada “rabia acumulada por treinta años”, era alegría pura y dura de actuar con la total libertad de llevarse todo por delante. Lo que Pasolini definió hace medio siglo como “lumpen fascismo”.
El Monumental, y había que decirlo de una vez por todas, es un estadio que ya no sirve para las exigencias del público actual. Cuando lo diseñó Mario Recordón en 1957 estaba pensado para gente que iba a ver el partido pagando su entrada y conviviendo con el “otro”. Incluso cuando se inauguró en 1989 la gran mayoría del estadio lo ocupaba gente que tenía como objetivo gozar del partido, del espectáculo. Hoy ya no es así, el barrismo delictual (o “social” como se le ocurrió a un trasnochado), se tomó el recinto por la fuerza y en todos los sectores campea el violento, el patotero, el absoluto negador de la “otredad”. El Monumental, tal como está, ya no puede seguir. Hay que remodelarlo a fondo.
¿Y Católica? Pues bien, nuevamente un grupo de idiotas, festivos y alegres como los del Monumental, no encontraron nada más inteligente que tirarles bengalas, piedrazos y hacer imitaciones de monos a los hinchas de Flamengo. Un anciano y un niño salieron heridos de San Carlos de Apoquindo. La Conmebol tomó nota y los castigos, severos, vienen. Merecidos también.
No faltarán los ofendidos por esta columna. Los llorones habituales que alegarán “estigmatización” y “discriminación”. Pues bien, que le pregunte al brasileño con la cabeza partida o a los vendedores del Monumental que les robaron todo, no grandes empresarios precisamente, qué opinan de la “fiesta descontrolada”. Es hora de sacarse la careta y dejar de teorizar basura de una vez por todas.