"¿En qué momento se jodió Perú?", se preguntó el periodista Santiago Zavala en la celebérrima novela de Mario Vargas Llosa Conversación en la Catedral. Zavala intentaba desentrañar el origen de un país decadente, corrupto y maltratado en medio de la bufonesca dictadura de Manuel Odría, lejos del esplendor colonial, la pujanza de los primeros decenios de la república, sin hablar la magnificencia del imperio Inca. No había respuesta certera, el punto exacto donde Perú se jodió no existía, era solo la acumulación de hechos y personajes. Una pátina de tiempo oscuro que se apiló en las calles y los campos como herrumbre.
Donde sí hay respuesta, con fecha y hora, es a la misma pregunta, pero referida al fútbol chileno: ¿En qué momento se jodió? Se puede dar la explicación del proceso de larga data, los dirigentes ineptos, el recambio que no llega, las estrellas incontrolables, los empresarios. Y, claro, el momento de crisis social y política. Se puede. Pero de joderse, joderse, el punto sin retorno, fue esa tarde del miércoles 13 de noviembre cuando Gary Medel, Arturo Vidal y Charles Aránguiz, aprovechando que Bravo venía en camino del aeropuerto, decidieron, en forma unánime por todo el plantel, no presentarse a jugar el amistoso contra Perú pactado para el martes 19 en Lima.
No hubo amenazas ni agresiones concretas acá, como ocurrió con los futbolistas de la liga local, solo la clásica reacción visceral y grosera de las redes sociales quienes tildaron de "traidor" y "chaleco amarillo" a Vidal por decir que estaba feliz de jugar por Chile y que la gente se distrajera un rato de los problemas. Memes sobre todo. Y ante tamaño peligro, los capos del equipo no quisieron arriesgar su gran popularidad y dejaron el duelo tirado.
Luego, para profundizar la indolencia y escasa solidaridad con sus pares locales, se fueron a sus casas sin ni siquiera explicar frente a los micrófonos la decisión. No se hicieron cargo. Medel, para maquillar un poco, colgó un texto lleno de generalidades y consignas manoseadas en su Instagram. Texto que, sin dudas, redactó algún encargado de comunicación de su representante, como siempre ha sido.
El Sifup se enteró por la prensa, lo mismo que el resto de los jugadores de la liga local, impedidos hacía semanas de trabajar. Y lo sintieron como una puñalada por la espalda. Una verdadera rajada de paño de las estrellas. Si la selección, con todas las garantías y comodidades, sin amenazas de nadie, sin más peligro que un par de tuits groseros, no era capaz de jugar en Lima,¿qué quedaba para los cabros de acá? Acosados por las barras bravas, que reciben amenazas, incluso fotos de cabezas de chancho cortadas, en sus teléfonos a cada rato.
Y de esto se habló en la asamblea del Sifup con los capitanes de la A, B y la Segunda Profesional. Hay una gran rabia con las estrellas que los dejaron botados y ni les avisaron, que hablan de solidaridad en sus Instagram, pero no la aplican en casa, con sus pares que sí viven la violencia día a día. Que, tras la arrugada histórica y la nula empatía con los jugadores locales, disfrazada de "compromiso social" para la galería, de quienes juegan afuera, quedaba el camino pavimentado para que en Chile el campeonato se fuera por la borda. Bencina al fuego y estímulo a las barras bravas. No duden que el fútbol chileno se jodió bien jodido ese 13 de noviembre.