La confusión de los últimos campeones

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Las tempranas eliminaciones de Alemania y España, campeones absolutamente legítimos de los últimos dos mundiales, dejan entrever la pérdida de peso del enamoramiento desmedido por la posesión de la pelota.

La posesión en sí no es la meta; solo es un modelo de juego que algunos toman como estilo propio, pero que no hace olvidar que el fútbol se juega para ganar. La parte estética solo es un segmento más del proyecto total.

Alemania y España se olvidaron del arco contrario. Se olvidaron de que para dar sentido a la posesión, debe existir el cambio de ritmo y la explosión en el último cuarto de la cancha. De lo contrario, nunca se apropian de los espacios que se generan embaucando al contrario con cientos de pases.

Buscar el control con la tenencia es parte complementaria de la profundización del juego, cuyo objetivo siempre debe ser el arco. Ambas selecciones carecieron de verticalidad, se ampararon en un objetivo que carece de futuro: tener la pelota por tener no conduce a nada.

La ausencia de jugadores desequilibrantes en el mano a mano, les paso la cuenta en partidos donde tuvieron la pelota pero nunca el control. El exceso de jugadores que recepcionaron la pelota al zapato y la escasez de los que la buscaban el espacio, volvió predecibles sus ataques y neutralizables sus centros del campo con intensidad de juego.

El antónimo de España y Alemania son Brasil y Francia, que utilizan la lateralización del juego como herramienta distractiva, no perdiendo nunca de vista el arco contrario y los cambios de marcha para romper el cerco defensivo rival.

Deschamps y Tite no se tragaron el anzuelo de la posesión como objetivo. Ambos conformaron sus equipos estelares con jugadores que se adhieren a las elaboraciones largas cuando el rival se encuentra bien parado, pero le agregan explosión al contragolpe desde una posición de reagrupación defensiva agazapada.

Neymar y Mbappé son exponentes perfectos de lo que significa tocar para el lado cuando se requiere y romper líneas de manera vertical cuando se necesita. Ambos conviven en el duelo desafiante de encarar al rival, buscar el desequilibrio constante con la gambeta y de manera natural solicitan la pelota al pie o al espacio.

El fútbol es un juego de engaño. Una finta o una pared mentirosa amaga una jugada pensando en concretar otra. El mismo objetivo debería tener la posesión de la pelota: sirve para hacer correr al rival y para generar espacios, pero carece de la intensidad y la sorpresa que significa el cambio de ritmo.

Igual que en en el Mundial pasado, Brasil perdió el norte tratando de cambiar su estilo de juego, en esta pasada Alemania y España se equivocaron en definir la posesión de la pelota como un objetivo y no como un medio para conseguir la meta.

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