La despedida también fue desmesurada
Aglomeraciones, aplausos a las 10, caravanas, lágrimas, colas de tres kilómetros, policías, corridas, balas de goma, gases lacrimógenos, piedrazos, heridos, caras de miedo, multitud... Las emociones y también el caos se mezclaron en el velatorio de Maradona y en el cortejo hasta el cementerio. Argentina le dijo adiós a su propio modo excesivo y desordenado.
Para un argentino que creció gozando las mejores aventuras futboleras de Maradona desde siempre, resulta todo un desafío explicarles a los de las nuevas generaciones cuánto Diego nos emocionó. Mil videos, mil anécdotas, mil hazañas, mil disparates, mil desbordes... Sin embargo, no es fácil. Un tal Messi complica la misión. Esos locos de este juego, que nacieron cuando Diego ya no jugaba, crecieron disfrutando en vivo y en directo al fenómeno cercano a la perfección que parece ser Leo. Para ellos, la comparación es ridícula. No tiene sentido. Para ellos, Messi, Messi, Messi... Ahora que el 10 tan pasional como rebelde nos rompe el corazón con su muerte parece que será más simple que aquellos que no fueron sus contemporáneos comprendan de verdad el significado de Maradona. Y que al Pelusa lo quieran mucho más, tanto como merece.
Diego ya no está. Diego se murió. No lo podemos creer. Lo estamos despidiendo. Es un momento de conexión a la vez muy fuerte con los seres más cercanos. Todos nos ayudamos a superarlo como podemos.
Valentín, mi segundo hijo varón, tiene 16 años. Es el defensor número uno de Messi. Nació en Argentina, en el país donde todo se divide con una grieta profunda. Y él no es la excepción: también le cuesta escapar de esa costumbre que nunca suma. Ha sido muy difícil que entendiera a Maradona sin haber coincidido en el tiempo con él. Hasta ahora...
Apenas se conoce la noticia de la muerte de Maradona se arrima Valen: “¿Es cierto, pa?”. Sí. Es la cruel verdad. Valentín se queda mudo, se sienta en un sofá frente a la tele y clava la mirada en la pantalla. Los mensajes y las reacciones en todo el mundo se multiplican. Los ojos verdes de Valen brillan. Observa un rato largo en silencio.
Las luces encendidas en los estadios, las aglomeraciones populares en el lugar de la autopsia, la caravana de motocicletas siguiendo el cuerpo del 10... Las postales de tribunas en cada rincón del país... El hincha llamado Diego Armando que recorre de rodillas el trayecto desde la Avenida 9 de Julio hasta la Casa Rosada… El Presidente de la Nación, Alberto Fernández, y la camiseta de Argentinos Juniors que coloca sobre el ataúd… La vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner y el rosario ahí mismo deja... Los campeones del 86, los técnicos, los jugadores… Los famosos, los políticos...
Es un día de dolor profundo también para Valentín. Lo empiezo a confirmar por la noche. A las 10 de la noche. A esa hora, para ser fieles al número que el crack jerarquizó en la espalda de su camiseta, se convocó a un aplauso en todo el país. A esa hora, Valen sale disparado de su habitación: “Che, pa, son las 10. Vamos al balcón a aplaudir”. Y sí, claro, vamos. Este rubiecito temperamental pero sensible cumple los 10 minutos establecidos para homenajear a ese futbolista único. Escucha “hay que alentar a Maradó” y él se engancha con ese estribillo que nunca dejará de sonar.
Parece un maradoniano más Valentín. Sin darse cuenta, suma ejemplos que lo ratifican. En la cena, el tema es Maradona. Victoria, mi hija de 13 años, bien mujercita, cuestiona al otro Diego, a la persona y sus incontables dislates. Le reprocha el trato a sus mujeres y a sus hijas. La frena Valen. Trata de convencerla ayudado por Nicolás, el hermano mayor, el de 26. Entre los dos defienden al campeón de México 86, al futbolista de cuento.
Vicky, enojada, termina de comer y después de otro rato de charla abandona la mesa. Hay un momento de Valentín en modo Play-Station on line con sus amigos. Como hacen los chicos de estos tiempos, juegan un partido mientras intercambian comentarios. Hablan de Maradona. Y en un instante Valen sentencia: “Hay que sacar la 10 de la Selección. No se tiene que usar más”. Justo estoy pasando cerca, lo escucho y la tentación me gana. Lo interrumpo con un comentario que incluye una pregunta: “No puedo creer lo que estás diciendo. ¿Ahora lo querés a Maradona?”. La devolución es inmediata: “Lo quise siempre, pero ahora lo quiero un poco más”. La mirada otra vez le brilla…
La emoción y el asombro vuelven a invadirlo cuando ve los tres kilómetros de cola que dibujan los fanáticos de Diego, o cuando observa el abrazo genuino entre lágrimas de dos hinchas de Boca con uno de River… Se enoja al descubrir que tres empleados de la casa fúnebre viralizaron una foto junto al cuerpo del ídolo… No puede creer el rumor que suena fuerte: Diego habría pedido por escrito que lo embalsamen y exhiban su cuerpo...
Valentín lamenta como todos el descontrol nacido en una organización floja. No iban a ser suficientes 10 horas para despedir al 10. Y no alcanzan: la policía reprime. Hay corridas, balas de goma, gases lacrimógenos, piedrazos, heridos, muchas caras de miedo. Parece que se extiende el velatorio, pero al reabrirse la Casa Rosada la locura por la desesperación de ingresar se muda allí dentro… Menos tumultuoso resulta el cortejo fúnebre hasta el cementerio de Bella Vista, en las afueras de Buenos Aires, con un operativo que involucra mil policías… No merecía Maradona esas manchas en su despedida, pero igual no sorprenden. Si la desmesura marcó siempre al Pelusa, ¿por qué tendría que ser diferente el día de su adiós?
Maradona atravesó el corazón de los argentinos de un modo brutal. Es un hermoso puñal que a todos ahí se nos clavó para siempre. Ahora, con su muerte, emociona también a aquellos que no tuvieron la suerte de saber lo que significó emocionarse con el mejor Diego. Ya Valentín no necesita más explicaciones. Ahora conoce el placer de sentir a Maradona. Ahora lo quiere mucho más.
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