Hace poco, el astrónomo José Maza definió a los terraplanistas como parte de los seres evolucionados que bajaron de los árboles (homo sapiens) pero que manifiestan una clara intención de subir a los árboles de vuelta. Hemos sufrido un retroceso grave en los niveles de debate y conocimiento, donde temas que parecían zanjados por la ciencia con pruebas empíricas contundentes (vacunas, redondez de la tierra, evolución de las especies) sean cuestionadas por cualquier paniaguado y, más grave, que sus teorías absurdas e insustanciales tengan espacio y difusión, debería asustarnos. Como señaló Umberto Eco antes de morir: la ignorancia del bobo de la aldea vale tanto como el argumento del sabio debido a las redes sociales y la premisa, la falacia, de que todas las opiniones son válidas. Pero nadie sería operado por el bobo de la aldea; buscarían un cirujano. Aunque en 2012 no faltaron los que construyeron chapuceros refugios subterráneos y acopiaron miles de litros de agua esperando el fin del mundo declamado por una serie de charlatanes reconocidos y mediáticos, en abierto desafío a los astrofísicos que se sentían vejados al tener que salir en televisión debatiendo con mentirosos y ladinos profesionales.

A qué viene toda esta larga introducción: en un ambiente de mínimo respeto con el saber y la integridad, ambos son troncales, las absurdas acusaciones de Nicolás Castillo en contra de José Pedro Fuenzalida habrían tenido un repudio transversal e inmediato. Y no solo por agresivas o gratuitas, y oportunistas, sino que por la imbecilidad extrema y la insustancialidad absoluta del contenido. Pero eso es un ambiente mínimo, y estamos hablando del fútbol profesional donde la línea de flotación de la lógica y el razonamiento, aunque sea en sus formas más básicas, es vulnerada una y otra vez. Se trata de un mundo paralelo, es que el pensamiento mágico, ese que tienen los niños hasta los siete años, es moneda corriente y valiosa.

He visto hombres mayores (entrenadores, futbolistas, dirigentes) a los que considero inteligentes, relativizando la estupidez y mala intención de Castillo señalado que es una opinión y poniéndola al mismo nivel que las sensatas y nada lesivas, además de ciertas, declaraciones de Fuenzalida a DirecTV que provocaron la furia irracional del delantero del América. El mismo capitán de la UC debió salir a dar explicaciones ante el linchamiento de las redes (las mismas que no fueron aceptadas). Validando así la respuesta pasional y emotiva del ofendido y, por alcance, el debate nefasto instalado dentro del fútbol chileno hace un par de décadas donde el argumento se limita (nunca mejor puesta una palabra) a ver quién es más, o menos, zorra, monja o madre. Y a partir de esa sólida dialéctica, se justifican todo tipo de agravios, amenazas, agresiones, decenas de heridos y no pocos muertos (cerca de 25 desde 1990).

A ese nivel, donde se le da legitimidad e importancia, casi por sobre todo lo demás, a la pelea escolar, y preverbal, de quien tiene más pasión, sentimiento y aguante, la no cultura (ni siquiera subcultura) del barrabravismo en el fútbol chileno se mueve en aguas más profundas y oscuras que el terraplanismo. Al menos los que quieren volver a subir a los árboles tienen una teoría estúpida que defender; las supuestas ideas a las que apela Castillo ni siquiera son una teoría de algo. Es como si sus narcisos, violentos e irracionales defensores nunca se hubiera bajado de las ramas.