Marcelo Espina es un ídolo para los colocolinos. Al club albo llegó en 1995, en medio de un proceso de reestructuración del equipo después un ciclo que había tenido como protagonista al archirrival, Universidad de Chile. Llegaba a Macul como capitán de la selección argentina y sus frutos fueron inobjetables: con el Cabezón en la cancha, el Cacique ganó cuatro títulos nacionales entre 1996 y 2002. Además, obtuvo la Copa Chile en 1996. En esos éxitos, los únicos de su carrera como futbolista, fue clave.
Por esos días, a Espina no sólo se le destacaba por sus condiciones técnicas. También por su liderazgo y su capacidad para entender el juego, que dejaba claros en la cancha y en cada declaración posterior. En Colo Colo era un hombre importante. A modo de ejemplo: ni la llegada de Iván Zamorano, en 2003. alcanzó para que soltara la jineta de capitán. En el momento más cercano al término de su carrera, resultaba natural proyectarlo como entrenador.
El 8 de enero de 2005, pocos días después de su despedida del fútbol, que se realizó el 12 de noviembre de 2004, en un amistoso entre los albos y Platense, el club que lo formó en Argentina, Espina era anunciado como el nuevo entrenador del Cacique. Reemplazaba a otro personaje importante en la historia del club, Ricardo Dabrowski, campeón de América en 1991. En ese plantel estaban el actual entrenador, Héctor Tapia, y dos jugadores con los que se reencontrará: Jorge Valdivia y Gonzalo Fierro.
La etapa del transandino como entrenador de los albos no estuvo ni cerca de lo fructífero que fue su paso como jugador del equipo albo. Hubo entre algunos históricos cierta resistencia por la forma en que fue el Polaco y arribó su reemplazante. Sorprendió la celeridad del proceso. En la cancha, para colmo, los reveses partieron temprano. En la pre Libertadores, el equipo de Macul se despidió tempranamente tras caer en la llave frente a Quilmes, un rival abordable, y en el campeonato de Apertura el fracaso se repetía: una goleada frente a Huachipato, en Las Higueras, aceleró su salida de la banca popular. "Todos lo respetábamos por lo que había sido. Y, la verdad, siento que tuvo mala suerte, porque no se le dieron los resultados. Como entrenador, tenía un estilo de trabajo parecido al de Jaime Pizarro. Era preparado, jamás repetía un trabajo. Era una época difícil para el club, que se venía reestructurando después de la quiebra", cuenta Felipe Muñoz, quien integraba el plantel colocolino en esos días. El defensor remarca que jamás hubo algún problema de relación, pese a su fuerte personalidad. "Yo lo conocía desde antes, porque fuimos compañeros, y siempre estaba preocupado de que los jóvenes estuviéramos bien. Nos regalaba zapatos, por ejemplo. Pasa que Colo Colo atravesaba un momento complicado en los institucional, pero igual se le exigían resultados. Estuvo seis meses como técnico y me gustó. Trabajaba bastante", insiste Muñoz, quien actualmente milita en Coquimbo Unido.
Felipe Flores, hoy en Antofagasta, también daba sus primeros pasos cuando Espina dirigía al Cacique. "Era un ídolo para los jóvenes que estábamos en el equipo. Yo lo miraba con distancia, hacia arriba. Entrenar con él, que nos diera órdenes, era entrenar con alguien importante", dice el delantero, quien años después replicó la celebración en un clásico en la que Espina revolea la camiseta con el banderín del córner. "Fue un homenaje", dice.
"No he hecho evaluaciones del trabajo, aunque sí debo decir que trabajé poco más de tres meses con un plantel que no formé yo. Pero todos queremos lo mejor para este club, por eso prefiero irme y que los cambos que se vienen y las medidas que se adopten sean en beneficio de la institución", declaró Espina el 21 de junio, cuando dejó el club. Su camino como entrenador continuó en Everton, al año siguiente. Curiosamente, en Pedrero su reemplazante fue Dabrowski, el mismo al que había sustituido.