La generación dorada cambió el fútbol nacional
ESPECIAL 70 AÑOS LT: VERDADES QUE YA NO SON
El punto de inflexión del fútbol chileno con la irrupción de su mejor camada de futbolistas estrenó el palmarés de títulos, pero no dejó contagio ni legado. Finalmente no modificó nada. Juan Cristóbal Guarello profundiza sobre el tema.
La resaca
Cuando Jean Beausejour anunció su retiro de la selección tras la derrota de Chile contra Argentina en la disputa del tercer lugar de la Copa América 2019 en el Arena Corinthians de Sao Paulo, no se trataba de un capricho o un acto premeditado con el fin de provocar algún efecto mediático, respondía a una lectura honesta y autocrítica: llevaba 16 años vistiendo la camiseta roja, había ganado dos Copa América y jugado dos mundiales, donde, además, tenía la singular marca de ser el único jugador chileno en haber marcado goles en mundiales distintos. Pero ya no daba más, no tenía el desborde de antes ni menos la velocidad. Había que dejarles el puesto a otros, más jóvenes, sedientos de gloria, en plenitud de sus capacidades físicas, aquellos que habían aprendido de él, sus herederos naturales. Un año después estaba de vuelta jugando eliminatorias, no porque él quisiera o se hubiera arrepentido, Rueda se lo había rogado, lo necesitaba. Los otros, los herederos, no existían o no daban la talla. Él, con el nombre y el oficio, daba más confianza en su puesto de lateral izquierdo.
Beausejour, simbólicamente, demuestra el peso aplastante de la llamada generación dorada. No se trata sólo de los títulos, que varios de sus integrantes se postulen como los mejores de la historia del fútbol chileno, los récords de goles y presencias o el prestigio internacional hasta encumbrarse en el segundo lugar del ranking FIFA, es que su paso ha sido tan potente, que una vez comenzó a amainar el rendimiento, no quedó nada en pie. En la presente eliminatoria, como lo demuestra el caso de Beausejour, el equipo depende en un 90% de los dorados. El resto, los nuevos, los ascendentes, los recambios, apenas acompañan, decoran o, en el mejor de los casos, ayudan. Pero no definen nada, no desequilibran, no salvan las situaciones, menos ganan los partidos. Los seis goles que ha anotado Chile se los reparten entre Arturo Vidal y Alexis Sánchez. Y el asunto no termina ahí: no sólo han metido todos los goles, sino que también los han gestado todos con la ayuda de otros dorados como Isla, Vargas o Aránguiz.
La sensación es que esta generación tan exitosa y extendida en el tiempo, más que alentar, impulsar o inspirar a los que venían, terminaron por traumarlos, amedrentarlos y hasta acomplejarlos. Un dato: Entre Alexis Sánchez y Eduardo Vargas tienen 83 goles en la selección. Si sumamos todos los delanteros que ha probado Rueda desde que llegó y que no pertenecen rigurosamente a la generación dorada, que son 18, tenemos que apenas suman 14 goles en total, incluidas anotaciones logradas antes de que el colombiano asumiera la banca. Es una asimetría descomunal.
La generación dorada es producto de varios factores, comenzando por tres selecciones que clasificaron a mundiales Sub 20 en una década (2001, 2005 y 2007), la fortaleza, el canto del cisne, de las divisiones cadetes que quedaron antes de las Sociedades Anónimas (los números no mienten), la maquinaria transformadora de Marcelo Bielsa y el impulso competitivo de Jorge Sampaoli. Una serie de factores irrepetibles y casi azarosos. Nada de trabajo de fondo o planificación a todo nivel. Había material y manos hábiles hicieron la obra, pero fue coyuntural, ni Bielsa ni Sampaoli trabajaron con las selecciones juveniles. Hoy no hay tal material y menos están las manos. Fue una fiesta pantagruélica e inolvidable. La bacanal hasta que los gallos al fin cantaron. Después, sólo las copas rotas, los manteles sucios y la resaca.