La generación recordada
Mañana se cumplen 25 años del tercer puesto logrado por la selección chilena en el Mundial Sub 17 de Japón, en 1993, el mejor resultado histórico conquistado por la Roja en un certamen de la categoría. Pero también del estallido de una auténtica revolución adolescente nacida del triunfalismo deportivo, un fenómeno social y cultural sin precedentes.
Leonardo Véliz: "Marcó la senda a seguir; pero nunca se siguió"
En 1993, la vida de Leonardo Véliz (72) experimentó un vuelco rotundo. El proceso deportivo que había iniciado un año y medio antes al frente de las series menores de la Roja dio sus primeros frutos en Colombia, con la clasificación de la selección chilena al Mundial Sub 17 por primera vez en la historia. Pero su propio proceso vital se vino abajo algunas semanas antes de la aguardada cita, cuando un aneurisma cerebral segó la vida de su esposa.
El fútbol, el reluciente escaparate en el que había brillado durante casi dos décadas como futbolista, se convirtió entonces en su único refugio, en la más infalible de las medicinas. "Nunca me planteé dejar botado el proceso", confiesa hoy, un cuarto de siglo después, el gestor intelectual de un triunfo cocinado a fuego lento, con vocación de artesano.
"Cuando me preguntan cuál es el momento más lindo de mi carrera en el fútbol, como jugador o como entrenador, yo digo que el proceso de la Sub 17. Ni el gol contra Botafogo, ni los títulos con Colo Colo o Unión, ni la Selección. Es lo mejor que me pudo pasar en la vida", afirma sin titubeos. Después ahonda: "Aquel trabajo multidisciplinar marcó la senda que debía seguir el fútbol chileno. Pero nunca se siguió, se abortó. Proceso es una palabra que aquí se resiste".
Lo que no se resistió en Japón fue el resultado, un histórico tercer puesto que aún sigue marcando el techo nacional juvenil en mundiales de fútbol. "Con estos cabros descubrí además la bondad, porque nunca sabré bien si se entregaron por el fútbol o por darme alegrías a mí en un momento difícil", culmina el Pollo. Emocionado. Sonriente.
Frank Lobos: "Rompimos el estigma del chileno"
Frank Lobos (41 años, 16 durante la cita nipona) fue uno de los grandes nombres propios que dejó aquel Mundial. Líder incontestable del centro del campo de la Baby Roja, el talentoso volante formado en Colo Colo lideró también la lista de actividades extrafutbolísticas protagonizadas por los seleccionados una vez que el fervor juvenil los convirtió en auténticos ídolos adolescentes.
"Cuando uno tiene 15 años, toda esa revolución te puede nublar, pero ninguno se arrepiente de lo vivido. Yo hice un poco de todo, fui jurado en el Festival de Viña, actuamos en teleseries, fuimos a distintos programas, pero no me arrepiento de nada de lo que el fútbol me dio. Porque también me entregó educación, pude estudiar gracias a la beca Presidente de la República que nos dieron. Soy un agradecido", sentencia el ex futbolista, dedicado hoy al desarrollo deportivo a través de diferentes programas de inserción social.
Para Lobos, el Mundial 93 fue mucho más que un trampolín a la fama: "Nada de lo que pasó nos jugó en contra, porque el 90% de los jugadores de aquel equipo llegamos a debutar en Primera. No sé si cumplimos las expectativas de otros, pero cumplimos nuestro sueño. Y rompimos de alguna forma el estigma del jugador chileno. Para nuestra sociedad y nuestra generación aquello fue algo increíble". Tanto como el sospechoso y cuestionado desarrollo físico de los ghaneses, verdugos de Chile en semifinales. "Verlos todos musculosos, con unos brazos, una barba y un bigote que parecían de la selección adulta, fue impactante. Aunque bueno, para mí eran todos altos", culmina el volante de 1,60 metros.
Pablo Herceg: "Fue absurdo, éramos como superhéroes"
"Fue una decisión más complicada que la cresta, porque uno con 16 o 17 años tiene que tomar de pronto una decisión de adulto". La reflexión es de Pablo Herceg (42), prometedor volante creativo en aquella justa mundialista. La compleja determinación de la que habla, reunir el valor necesario como para dejar el fútbol.
Pero eso fue exactamente lo que hizo el ex futbolista de la UC apenas dos años después de subirse al tercer cajón del podio en Tokio. "Fueron 10 años dándole vueltas al mate. diciendo: '¿Por qué chucha me tengo que levantar temprano para trabajar y no me aseguré, entre comillas, la vida?'", comienza pensativo. Y él mismo se responde: "Me di cuenta de que no tenía la convicción de ser profesional. El sacrificio y la disciplina de tener que estar 100% dedicado al fútbol, de lunes a lunes, y esa burbuja que es el fútbol, en la que te metes y de la que cuesta salir, fueron las cosas que no estuve dispuesto a transar en mi vida". De manera que recién cumplidos los 18, el recambio predilecto de Véliz en la medular, decidió dar un paso al costado. Conformarse, tal vez, con aquel bronce mundial y dejar de vivir en la burbuja.
"Mientras estábamos en Japón no dimensionábamos nada, nos limitábamos a jugar, pero cuando pisamos Chile quedó la zorra. Y hubo cosas que, para la edad que teníamos, nos marearon la cabeza. Era absurdo. Nos abrían las puertas en todos lados. Éramos como superhéroes", recuerda.
Y concluye: "Han redundado mucho en los resultados post proceso, pero creo que fue un éxito. Fuimos una generación rompe-puertas, rompe-mitos, entregamos el mensaje de que Chile podía".
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