La guerra de Isco
Francisco Alarcón Suárez pasó de las reservas del Valencia al Málaga en 2011, con 19 años, llegando al año siguiente a ganar el trofeo Golden Boy, que se entrega anualmente a los jugadores sub-21 más talentosos en Europa. Su rica técnica, visión de juego y capacidad creativa hicieron que Pellegrini le diera la titularidad en el mediocampo cuando asumió en el equipo andaluz y se transformara en uno de sus jugadores más importantes con un rendimiento que maravilló al mundo, especialmente en la histórica campaña de la Champions 2012-2013 donde Málaga quedó eliminado a último minuto frente al Dortmund en cuartos. Isco se proyectaba como uno de los mayores talentos de España, con la promesa de marcar una era si seguía como iba.
Pero el cuento comenzó a desvanecerse en 2013 cuando llegó al Real Madrid y casi ninguno de los técnicos que pasaban por el cuadro merengue lo consideraban ciento por ciento titular. Con Zidane tuvo momentos excelentes y muchos nos ilusionamos con que por fin llegaba un relevo en la nueva generación de grandes estrellas mundiales. Pero en el análisis a gran escala, a Isco le faltaba - especialmente en lo defensivo-marcar ese grado de diferencia que necesitan los grandes para hacer que los resultados pasen por su presencia o ausencia en la cancha. Por eso con Zizou nunca pudo consolidarse totalmente. Solo Julen Lopetegui, que lo conoció muy bien en la selección, lo consideró importante en la primera mitad de los partidos que alcanzó a dirigir en el Madrid, pero aquello duró hasta que el número 22 tuvo que ser operado de apendicitis. Tres derrotas en cuatro partidos ausente fueron más que una coincidencia, pero luego de apurar su recuperación, Isco nunca más volvió a rendir y, desde entonces, su estadía en el equipo ha ido en espiral descendente.
La actual rebeldía de Isco le ha valido acusaciones de displicencia, faltas de respeto hacia Santiago Solari y se ha coronado con un sobrepeso inexcusable. El nuevo DT lo ha sentado en la banca en siete de sus diez partidos y en uno no lo convocó. Sólo en dos juegos ha sido titular y en uno de ellos, el miércoles frente al CSKA en el Bernabéu, Isco explotó con el público que no dejaba de pifiarlo cuando tocaba la pelota. Al errar una oportunidad de gol, le gritó de vuelta a la grada "Qué queréis, qué queréis".
Es entendible que un jugador de su talento se sienta frustrado frente a años de tibiezas respecto de su relevancia, pero su manera de demostrarlo siempre ha sido poniendo quejas públicamente o apuntando la culpa hacia los técnicos, más que a la responsabilidad en sí mismo.
Así, viene otro invierno en el que el malagueño amenaza con irse del Madrid (y ahora el Bernabéu exige que se vaya) y, la verdad, da pena pensar que con tanto fútbol, Isco pueda llegar a ser otro más en la interminable lista de jugadores insolentes cuya magia en los botines es inversamente proporcional a la madurez en su cabeza. A sus casi 27 años, apenas le queda margen para cambiar la historia a su favor.
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