“Nicolás Blandi está lesionado”, en medio del cabreo con que Gustavo Quinteros enfrentó a los micrófonos el jueves pasado, tuvo menos de diez segundos para referirse al centrodelantero argentino que deambula, afantasmado, por el Estadio Monumental. La frase del entrenador de Colo Colo tenía un evidente rescoldo de ironía. El equipo necesita con urgencia un defensa central y nueve de área, como se dice ahora, y Quintero echa espuma por la boca debido a la lentitud, casi parálisis, que la institución ha tenido en traer estos refuerzos. Lo paradójico es que hay un nueve de 100.000 dólares mensuales en el club, pero es sólo una presencia.
Cuando el directorio de Blanco & Negro, a sugerencia de Marcelo Espina, aprobó por unanimidad la llegada de Nicolás Blandi, sólo un integrante, oficialista además, insinuó reparos: Alejandro Ascuí. El ex presidente de Colo Colo se dio el trabajo de mirar los números recientes de Blandi. Y no quedó muy impresionado: en la última temporada en San Lorenzo sólo había marcado tres goles en ocho partidos. Y en la anterior, eran apenas mejores: siete goles en doce partidos. No era precisamente un goleador en racha y menos había sido titular. Ascuí dio estos números en el directorio en relación al alto precio que se iba a pagar por el jugador. Al final, por no hacer olas, votó a favor.
El tiempo le dio la razón. Pero hay que poner todas las cartas sobre la mesa.
Desde que llegó a Colo Colo, Blandi sólo anotó dos goles, ambos antes de que un grupo de tarados, parapetados en reivindicaciones sociales, le metiera un bengalazo en el muslo cuando enfrentaba a Universidad Católica en el estadio Monumental en febrero del 2020. Hasta entonces había mostrado voluntad, buena capacidad para engancharse y buscar espacios y algunos ripios en la definición, sobre todo su tendencia de rematar al bulto y no buscar los palos.
En el momento es que Blandi era agredido por “su” barra, en el camarín de Colo Colo había una guerra civil entre los cabrones y Mario Salas. Invitado de piedra, el ex nueve de San Lorenzo debió tomar partido sin convicción y vio azorado como sus compañeros decidían qué partidos jugar y cuáles no. Acto seguido, con Salas recién renunciado, se paralizó el fútbol por el Covid-19 y Blandi, una vez más, se encontró con una mala sorpresa: le aplicaban la ley de defensa del empleo y perdía todas sus remuneraciones debido a que no tenía imposiciones en el seguro de cesantía “¿A dónde me vine a meter?”, debió pensar. La hinchada lo hiere, el camarín es una bolsa de gatos y, por ley, no le pagan.
Desde entonces y hasta hoy, Nicolás Blandi se lesionó una y otra vez, en la realidad y en la imaginación, para sumar algunos minutos dispersos, mal jugados, sin convicción ni ganas. Con la llegada de Gustavo Quinteros y el barco en llamas, el asunto se agravó. El nuevo entrenador exigía el compromiso total, jugar quebrado si era necesario, pero de su jugador más caro sólo obtuvo achaques, pucheros y hastío. Mientras Colo Colo se jugaba el alma contra Universidad de Concepción en Talca, Blandi estaba en Buenos Aires gestionando un fallido traspaso. Después de eso no hubo más oportunidades. Punto final por más que haga goles de taco en una práctica o que se saque fotos sonriendo con sus compañeros en el camarín.
“Blandi está lesionado”, dijo Quinteros hace pocos días. Sonó a responso. Ahora, después de ver a Morales y Parraguez contra Unión La Calera, capaz que...