Dicen los registros que Rusia y España jamás se han visto las caras en la Copa del Mundo, pero hay un encuentro entre ambos, disputado hace hoy un decenio en el Ernst Happel de Viena, en el que muchos sitúan el verdadero punto de inflexión en la historia reciente del balompié español. Un encuentro válido por las semifinales de la Eurocopa de 2008 en que con goles de Xavi, Güiza y Silva, y con un fútbol verdaderamente excelso, la España de Luis Aragonés comenzó a sentar las bases de un modelo de juego que acabaría por reportarle al país la doble corona europea y el primer cetro planetario de toda su historia.

Hoy, diez años después, y aunque los ecos de aquel fútbol de Viena todavía resuenan, tenuemente, por momentos, las sensaciones son bien diferentes. Rusia, una de las revelaciones de su Mundial pese a su derrota postrera ante Uruguay, no es ya aquella Rusia; y España, probablemente -y junto a Argentina- la favorita clasificada a octavos que peor imagen dejó en la fase de grupos, tampoco parece la misma.

Con una nueva generación liderada por el talentoso Golovin y con la ilusión del modesto anfitrión obligado a creerse el cuento, Rusia quiere sacar provecho de todas las dudas de España, que formará de nuevo con De Gea en la puerta (el principal generador de las dudas junto a Fernando Hierro). El DT interino afirmó ayer: "Confiamos en nuestro trabajo y no miramos atrás. Somos un buen equipo".