Cuando uno se instala a ver un amistoso de la selección chilena, la condición inicial es desprenderse de toda expectativa: este equipo, desde que asumió Reinaldo Rueda, pero también como víctima de su propia inercia, nunca termina de jugar bien o mal. Transita en una meseta que parece eterna. Ya no hay de qué sorprenderse. Todos los partidos parecen iguales. Fácil es culpar al técnico y sus contradicciones o pisadas de cola, que las tiene y no son pocas, pero no se puede luchar contra lo que no se puede vencer. Es decir, la pelea está perdida de antemano.
Seamos justos, el colombiano le pasó la camiseta de la selección a decenas de jugadores llamados a ser el mentado recambio. Y ellos, en un 90%, tuvieron la amabilidad de devolverla en breves y nada emotivas ceremonias. Es decir, intentó darle un poco de aire a la selección. Uno podrá exigir tal o cuál nombre; a mí, en lo personal, me encantaría que volvieran Marcelo Díaz y Claudio Bravo, además de una oportunidad para Marcelo Larrondo. Pero esos tres, excelentes jugadores y que serían un aporte para el equipo, no cambiarían sustancialmente las cosas.
¿Cuál es la verdad? Que Chile sigue dependiendo de la llamada generación dorada, los mismos que cumplieron una década defendiendo la camiseta roja. Por algo Gonzalo Jara regresó como titular y el mismo técnico dice que está aguardando pacientemente a Jean Beausejour. Y si Jorge Valdivia estuviera jugando, también sería parte del plantel.
Es más, Bravo está fuera por una lesión y pelearse con Rueda; Díaz, porque un grupo de jugadores no lo quiere, y Vargas, por indisciplina. Es decir, cosas externas, no rendimiento. Si fuera por el nivel de juego, los tres estarían dentro.
El problema es que la generación dorada alcanzó la cúspide de su rendimiento entre el Mundial de Brasil y la Copa Centenario. Desde ahí, hace tres años, todo ha sido cuesta abajo. Lo lógico es que los más jóvenes fueran ocupando los puestos de los de rendimiento en decadencia. Y, salvo un par de excepciones que no deslumbran, pero cumplen, no dan el ancho. Cuando quedas fuera en la primera fase de tres Sudamericanos Sub 20 consecutivos hay algo que no pinta bien para el futuro. Ya no tenemos una selección juvenil entre las mejores del mundo de donde sacar tres o cuatro pichones con pasta de cracks.
Hay que convencerse. Podemos cambiar a Rueda por Guardiola o Bielsa, pero este equipo no va a explotar, porque ya explotó hace seis años. Podrá mejorar su rendimiento, ganar algunos partidos, pero los que están ya lo hicieron, cumplieron con largueza y ya no son lo que fueron. Siguen porque no hay otros que les hagan el peso. Inútil es esperar que en cada fecha FIFA o en la Copa América el equipo tenga una regresión milagrosa y, obviando el tiempo, sea el mismo que le ganó a España en Maracaná en 2014. Rueda ha dado muchos palos de ciego, como poner a Iván Morales de titular contra México, pero si no los diera, tampoco le iría mucho mejor.