Luego del fracaso en el Mundial de Inglaterra 1966, el dirigente Juan Goñi, quien llegaría a ser vicepresidente de la FIFA, dijo que al fútbol chileno “había que echarle parafina y prenderle un fósforo”. No estaba tan mal la actividad en esos años, los estadios se llenaban cada semana y los campeonatos solían ser muy atractivos, tanto como en la Primera y Segunda División. Sin embargo, la frase persistió en su demoledora contundencia y pudo ser replicada en 1974, 1982, 1984, 1990, 2002, 2016 y 2020. Los números no son azarosos, indican las crisis periódicas que por distintas razones azotan nuestro fútbol.

Cuando Sebastián Moreno asumió el mando de la ANFP a comienzos del 2019 poco hacía vislumbrar una crisis profunda, menos una de la envergadura como la actual que tiene al fútbol chileno contra las cuerdas y rogando por la campana. Con la venta del CDF a Turner ingresaba mucho dinero fresco a los clubes, dejando un margen importante para maniobrar con cierta tranquilidad. Moreno, precedido por un escándalo en Codelco, sin espaldas económicas, sin don de mando, escasamente respetado por una gran cantidad de dirigentes, sin redes políticas y empresariales relevantes, sin credibilidad entre los seleccionados, entre otras falencias, esperaba navegar con calma, de puntillas, evitando molestar a nadie y promoviendo algunas iniciativas tímidas, tan bienintencionadas como anodinas.

Pero tuvo mala suerte. Primero, se le fueron yendo los integrantes de la mesa por A o B, perdiendo apoyos fundamentales. Después, la selección chilena se transformó en un nido de avispas, donde el divismo y la falta de cohesión terminó trizando el camarín de manera irreversible. Luego vino el 18 de octubre y un grupo de jugadores decidió irse de vacaciones en complicidad con muchos dirigentes que hicieron un cálculo cortoplacista y miserable, dejando el campeonato sin resolver y con infinitos problemas adheridos. De pasada, cuatro cabrones de la Selección decidieron no jugar el amistoso en Lima, más preocupados de no sufrir trolleo en las redes que de honrar los compromisos. En todos estos episodios, Sebastián Moreno vio como la pelota le pasaba cuatro metros arriba de la cabeza sin posibilidad de intervenir. No tenía ni la voluntad ni la fuerza para golpear la mesa y ordenar el gallinero.

Hasta que llegó la maldita pandemia. Y lo que estaba amarrado con pitilla desde noviembre (y cada vez más suelto por culpa de las intocables barras bravas) se vino abajo sin remedio. Entonces sí, el insustancial hombre puesto ahí para evitar males mayores, se convirtió en el perfecto chivo expiatorio, culpable de todos los males del fútbol chileno, acusado de lo que siempre se supo: irresoluto, timorato e ineficiente. El tema es que cuando más se necesitaba cohesión y unidad, la casa se quema por todos lados, un grupo de clubes, muchos de los cuales votaron y promovieron a Moreno, decidió dar el cuartelazo y sacar al presidente de la ANFP.

El fin de Sebastián Moreno es cosa de días. Se están buscando fórmulas para su salida. Se habla de una mesa de consenso, hay algunos ladinos ofreciéndose “desinteresadamente” para asumir la presidencia, otros maniobran tras bambalinas a ver si pueden embocar algún títere, los clubes manejados por representantes se frotan las manos y van por el “poder total”. Un caos. Mientras, nadie sabe cuándo se vuelve a jugar, qué pasa con la Selección, con el fútbol femenino, con los pagos del CDF, con los cadetes, con la Segunda Profesional, con los sueldos de los jugadores… una vez más, hay que desempolvar la frase de Juan Goñi.