Pitazo final en el Maracaná y Lionel Messi rompe en llanto de forma inmediata, tan pronto como el silbato de Esteban Ostojich sonó en el estadio. Es probable que haya estado aguantándose las lágrimas durante todo el tiempo agregado, pero lo cierto es que lo estuvo haciendo durante 28 años, al igual que cada argentino que soñó con volver a ver a su selección levantando un trofeo.
Desde la entonación de los himnos nacionales que se pudo observar cuánto significaba esta final para Argentina. Algunos de los jugadores transandinos lo recitaron emocionados, con lágrimas, sabiendo de la oportunidad histórica con la que contaban para romper la maldición que pesaba sobre la Albiceleste.
Porque para muchos eso es lo que recaía sobre la selección argentina: una maldición. La maldición de los 28 años sin un título que terminó gracias al golazo de Ángel Di María.
Desde 1993 que los argentinos no levantaban un torneo a nivel de selecciones, cuando en aquella Copa América disputaba en Ecuador vencieron por 2-1 a México. Desde aquel día solo existieron decepciones allende Los Andes, las dos últimas sufridas ante en Chile en 2015 y 2016.
La sequía se trasladaba incluso a los goles, puesto que el último tanto que Argentina convirtió en una final fue en 2005, precisamente ante Brasil, en la Copa Confederaciones de aquel año. ¿El problema? La Canarinha goleó por 4-1 y la celebración de Pablo Aimar solo sirvió para adornar el marcador.
Hoy, en un estadio Maracaná al 10% de su capacidad (7.800 personas), el gol de Di María no fue para maquillar una goleada, sino para recuperar la gloria que hace décadas le era esquiva a los argentinos. El puñado de hinchas de la Albiceleste que logró estar en gradas jamás paró de cantar, aunque el abucheo de los brasileños cada vez que Messi y compañía tenían la pelota se escuchó más fuerte.
Sin embargo, a los hinchas transandinos les tocó sufrir. No solo por la presión que Brasil colocó sobre el arco de Martínez cuando el partido llegaba a su fin, sino por las molestias físicas que tres de sus estrellas presentaron durante el primer tiempo. Lautaro Martínez se tocó la entrepierna, Messi llevaba su mano constantemente al posterior izquierdo, y Di María se dobló el tobillo por el mismo sector donde convirtió de globito el 1-0.
El partido fue una guerra desde el primer minuto. Recién había comenzado el compromiso y Neymar ya reclamaba que le habían roto el short. ¿La primera amarilla? En el 3′. Indicios de lo que sería una verdadera batalla en Río de Janeiro.
El uruguayo Esteban Ostojich, más allá de los reclamos, encontrones y simulaciones, mantuvo a raya las polémicas y dirigió de gran manera. No le quedó otra que controlar todo a punta de amarillas: cinco para Brasil y cuatro para Argentina. Y cómo no, si se registraron un total de 41 faltas durante los 90 minutos que duró la final.
Esta fue la quinta final entre ambas escuadras. La primera que jugaron fue en la lejanísima Copa América 1937, que se disputó, y fue ganada, en y por Argentina. A partir de ese día, hace 84 años, los brasileños le han ganado todo, en cuanto a finales, a Argentina: dos Copas Américas (2004 y 2007) y una Confederaciones (2005).
Para los argentinos el pasado no importa, porque la historia acaba de ser reescrita. Messi levanta su primer trofeo con la selección, quizás el más importante de su brillante y genial carrera.
Tras el pitazo final, las lágrimas llegaron desde los dos lados. Neymar se derrumbó sobre el campo de juego de forma desconsolada; Messi, el gran protagonista de esta Copa América, también. Pero por la alegría. Sus compañeros se abalanzaron sobre él y le hicieron el típico malteo: el gran capitán al fin obtenía el premio más preciado.