Una vez más. De nuevo, carajo. Resulta increíble que, entre las muchas taras y ranciedades que siguen asolando nuestra comarca futbolera, aún exista gente que siga creyendo que es una opción válida, una posibilidad cierta, una buena idea, apelar a la peligrosísima dosificación cuando, a todas luces, no corresponde ni a las cargas de trabajo, ni a las necesidades, ni al momento del año.
Obviamente la debacle vergonzosa, las dos goleadas enormes recibidas por la U en la última semana no tienen que ver sólo con eso. Hay una suma de razones -futbolísticas y anímicas- que se encadenaron para que se llevara a cabo el crimen perfecto. Pero no es casualidad que todo se desatara tras la decisión del cuerpo técnico de aceptar la payasada amateur de "guardar fuerzas"… justo en el momento que el equipo era líder del torneo y venía cumpliendo una actuación bastante decente en la Copa. Si los azules se sienten obviamente humillados por los 13 goles recibidos en apenas dos partidos, debieran partir por reconocer la primera gran deshonra: haber tenido que descansar cuando no correspondía ni era necesario.
Con partidos distanciados por cinco largos días, recién jugada la mitad de la primera rueda del torneo local y apenas en la primera fase de la Copa Libertadores, la U se dio el lujo de hacer algo que sólo puede ser entendido en el deporte como una herramienta extrema, final, desmedida: desarmar el equipo titular para darle descanso a sus figuras. ¿Qué basura es esa? Un equipo serio no puede, nunca, pretender sacar dividendos jugando sus partidos oficiales con una mayoría de reservas. No sólo porque probablemente pierda ante cualquier rival debido el desatino de lanzar a la cancha a quienes no están acostumbrados a jugar juntos (como pasó efectivamente con La Calera), sino porque le quita trabajo, concentración y mecanización a quienes sí vienen jugando. Un cambio huacho por ahí. Un par de ausencias muy bien justificadas por lesiones intratables. Ok. ¿Pero ocho menos cuando está partiendo el año de competencia? Es demasiado absurdo. Y siempre negativo. Le ha pasado a todos en Chile. En buena medida Sierra salió de Colo Colo por cometer el mismo error (¿se acuerdan de la tontera ante San Marcos?). Guede, aunque más medido, también cayó en lo mismo frente a la U. de Concepción y ahí justamente empezó el calvario de los albos que hoy los hace volver atrás con el tradicional péndulo de nuestro medio.
Ni siquiera voy a apelar a viejas pero correctas banderas argumentales, como que si se cobra entrada hay que salir al escenario siempre con lo mejor. Ni a la legítima comparación con los planteles de Europa o Brasil que suelen jugar tres veces a la semana durante todo el año. Tampoco es necesario, aunque sí pertinente, el parangón con la selección femenina adulta, que jugó sin chistar día por medio durante dos semanas en la pasada Copa América.
No. Baste con decir que, cada vez que alguien en Chile (uno de los países con menos carga y desgaste físico en sus torneos) vuelve, majaderamente, a dejar de lado la lógica y el profesionalismo para intentar la pillería del descanso masivo, cada vez que se asume el riesgo feroz de parar el auto cuando viene andando perfecto, siempre termina pasando lo que le acaba de pasar a la U. Lo increíble es que nadie escarmiente y se insista en algo que a estas alturas debiera estar prohibido por los propios clubes. Porque es nefasto, porque resulta una burla, porque no es profesional y porque tiene un tufillo a arrogancia, dejación y suficiencia que, por suerte, y esto lo digo de verdad, siempre se paga. No sabe cómo me alegro cada vez que un equipo chileno dosifica y termina aplastado. Todos debiéramos alegrarnos. A ver si algún día se les pasa la tontera y aprenden la lección. Repitan conmigo, tropa de burros: dosificar es desarmar y por ende siempre es peligroso. Dosificar es una herramienta que hay que usar sólo en contadísimas excepciones. Dosificar nunca puede implicar al grupo entero. Amén.
PS: En todo caso, mas allá de quienes sean los responsables, más allá de si es producto de la flojera, el chauvinismo o la habitual envidia chilensis, más allá de si tiene que ver con malas campañas y justas críticas, movimientos internos de los planteles para evitar la exigencia máxima o directa mala leche de la prensa molestosa, una vez más ha quedado claro, por las razones que sean, que el medio futbolístico chileno es bárbaro y antropófago. Al punto de haber fagocitado, devorado y destruido hasta expulsarlos del reino, con escándalo y en corto tiempo, a los últimos tres técnicos campeones: Salas, Guede y Hoyos. Da para pensar.