El 14 de marzo, Alfredo Arias confirma su llegada a Universidad de Chile. Venía con la ilusión natural de dirigir a un equipo grande, al que se animó a poner a la altura de los del Viejo Continente. "La U se puede comparar con clubes de Europa", decía. Sin haber pisado suelo chileno, el estratega uruguayo, quien se había hecho conocido en el país por su campaña con Santiago Wanderers, ya estaba envuelto en una polémica. Fue en ese hito que comienza un sinnúmero de declaraciones que varían de tono hasta sumirse en la resignación. Casi como un episodio kafkiano, en el CDA asisten a la metaformosis de las palabras azules de Alfredo Arias.

Sus primeras declaraciones apuntaron a aclarar cuando había alcanzado el acuerdo con Azul Azul. Más precisamente, si había aceptado con Frank Kudelka, su antecesor, aún en el cargo, una cuestión que vulnera códigos futboleros que parecen cada vez menos válidos y vigentes. "¿Está mal? Sí, está mal, pero ¿a quién le hice realmente daño? Kudelka se iba a ir igual, porque ya lo había dicho antes o por decisión del club, y es lo que se me aseguró a mí. Yo qué iba a decir, 'no voy hasta que se vaya (Kudelka)', y ahí se iban a entrevistar con otro. Y si se entrevistaban con otro y yo perdía mi posibilidad de trabajo, ¿cuántas veces pasa este avioncito?", intentó justificarse. Y luego asumió derechamente haber faltado a la verdad. "Mentí en pos de que a la U no se le criticara más, y en pos de que mi nombre no fuera criticado por algo que iba a hacer otra persona. Por eso lo hice",  dijo.

Para peor, después de la derrota frente a Universidad de Concepción, se metió en otro lío, esta vez por una alusión sexista que fue criticada hasta desde el gobierno. ""Si la U no perdía ante Melgar no había ningún problema. Seguramente no estaría yo acá y el proyecto seguiría. Me cansé de actitudes de mujeres lloronas", dijo. La respuesta  corrió por cuenta de la ministra del Deporte, Pauline Kantor: "Este tipo de expresiones hay que erradicarlas del deporte y de la vida cotidiana. El mundo cambió y desde el lenguaje también se construye el cambio que queremos para emparejar la cancha".

Sin embargo, la inconsistencia de su discurso no solo ha tenido que ver con su llegada. Los resultados favorables siguen sin llegar, la U espera el Superclásico frente a Colo Colo en el último puesto de la tabla y del optimismo de las frases iniciales, Arias ha pasado a ponerse a la defensiva y a aferrarse, al menos desde la retórica, a una continuidad que resulta cada vez más incierta y que se tornaría insostenible ante un revés frente al equipo de Mario Salas. "Nadie es más realista que yo. Si no podemos ganar, es lógico que no nos darán las gracias. ¿Pero que yo me entregue, en una situación como esta? ¡Ni loco! Es una bendición estar acá y me mueve por algo, a lo mejor se necesitaba una persona con carácter como yo", declaró después del empate frente a Coquimbo Unido. "Nunca renuncié a nada en mi vida", dijo. "Para mí es un desafío estar en uno de los mejores equipos de América y no ganar... Equivocado o no es mi decisión, no de los dirigentes, ni de las redes sociales. El que me conozca sabrá que tengo mi propio pensamiento y mi propia opinión (...), yo no doy excusas, jamás me he escondido. Cuando me toque irme en tres días o en diez años, no voy a hablar de excusas", intentó defenderse.

Una semana antes, cuando la U se inclinó por 3-1 ante Audax Italiano, el entrenador ya había establecido la intención de cumplir a rajatabla el acuerdo que alcanzó con la dirigencia y dejaba clara su voluntad. "De ninguna manera voy a dar un paso al costado. Le haría un flaco favor a los jugadores y al club. Muchas veces el fútbol te pone en situaciones que nunca hemos vivido. Pero, como el fútbol me gusta mucho, estoy muy frustrado". Y personalizó en él la responsabilidad por la mala campaña. "No hay dudas. Soy el peor técnico desde lo numérico. Desde lo futbolístico, merecemos mucho más", buscó relativizar, intentado validar cierta mejoría en el nivel de juego no traducida en goles.

De la ilusión a los insultos

Ese ya lejano día de mediados de marzo, todo parecía distinto. "La U me seduce desde la época que jugaba acá. Era muy grande y ahora aún más" , decía al margen de la comparación europea, convencido de que encontraría las herramientas y daría con la fórmula para mejorar un panorama tan oscuro como inesperado. "Nadie puede asegurar resultados, pero yo aseguro que vamos a jugar para ganar", anticipaba respecto de su filosofía de juego.

También abordaba la variable emocional de un plantel que ya estaba golpeado y que resistía la partida de Kudelka. "Tengo que recordarles a los jugadores por qué están acá. Es porque son buenos", manifestaba. Y dejaba claro que le pediría las primeras explicaciones a Johnny Herrera, a quien marginó de la última convocatoria ante Coquimbo. "No voy a opinar de lo que dijo el capitán (Herrera). Pero le voy a preguntar de dónde sacó que yo negocié antes", sostenía.

A fines de marzo, es decir, con dos semanas en el puesto, la caída frente a Antofagasta por 3-1, ya le provocaba disgustos y le pasaba la cuenta a la ineficacia ofensiva. "Vamos a ser un equipo temible cuando empecemos a convertir. Hoy tuvimos veintes llegadas. Es lo que quiero. De esta manera, si mejoramos la precisión y la efectividad, y si corregimos errores que hoy nos costaron goles, seguramente vamos a ir por el camino que queremos", analizó. "Puedes ser superior y competir, pero si no defines en el área… Eso se paga. En el primer tiempo tuvimos al menos cuatro chances claras. Y eso afecta psicológicamente a cualquiera", criticaba, ya más abiertamente.

Exactamente un mes y un día después de su llegada, tras la dolorosa caída por 4-0 frente a Universidad Católica en San Carlos de Apoquindo, el semblante del uruguayo ya había comenzado a cambiar. Ahora ya no hablaba desde la ilusión, sino desde las experiencias traumáticas que dijo haber enfrentado alguna vez para ponerlas en contexto con la crisis laica y con una salida que aún no se produce. "He perdido en la vida tantas veces que ya no llevo la cuenta…Pero hasta ahora nadie me ha vencido. No me rindo, ahora veremos de que estamos hechos y si merecemos esta camiseta", le decía a La Magia Azul.

Por esas horas, comenzaba a especularse de un término prematuro y abrupto de su ciclo en la banca estudiantil. Antes del partido en Las Condes, el entrenador hablaba de la presunta satisfacción del hincha con su propuesta. "En la calle el hincha de la U me dice que está conforme con el juego del equipo. Sé que el hincha conoce de fútbol. El hincha de la U se repuso de estar en la B, le mando un mensaje para que apoyen al equipo y alienten como siempre lo han hecho", arengaba en la conferencia de prensa previa al choque ante los cruzados, sin imaginar, quizás, que pocos días, y a la luz del revés en los clásicos universitarios y de los que vendrían más tarde, esos mismos fanáticos le darían vuelta la espalda y lo despedirían con insultos después del magro empate frente a Coquimbo Unido.

"Estamos ahí porque nosotros nos metimos ahí. Hoy no es mala suerte que no entrara la pelota, es que fallamos. No sirve de nada lamentarte de eso, quedarte escondido en la casa. La U es un equipo muy grande que ha estado en momento difíciles, y no ha salido de manera fácil, sino poniendo la cara a todo", sentenciaba tras la igualdad frente a la escuadra de Patricio Graff que, a una semana de enfrentar a Colo Colo, el rival más tradicional, impide que los estudiantiles salgan de un sitio en el que ni en su peor sueño imaginaron estar.